Puerto Rico en el reflejo del caribe colonial.

Amado Martínez Lebrón 

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La discusión alrededor de la descolonización de Puerto Rico existirá hasta que consigamos la autodeterminación o nos borren del planeta. El debate es constante e ineludible pero se manifiesta de forma especial cada año, gracias a las ponencias de los múltiples sectores del independentismo puertorriqueño, presentadas ante al Comité de Descolonización de la Organización de las Naciones Unidas (O.N.U.). Tanto la condición perenne de nuestro colonialismo como la circunstancia especifica de la peregrinación anual a la sede de la ONU en Nueva York, me motivaron a repasar en este escrito, la lista de los países considerados por el propio Comité de Descolonización, como “no autónomos”, en la zona del Caribe específicamente.

Propongo que visitemos las historias de las colonias contemporáneas en la región del Caribe, para entre otras cosas, repensar nuestros actos políticos como puertorriqueños. Me pregunto, por dar algunos ejemplos, si acciones como votar por partidos independentistas o anexionistas, la lucha armada, la protesta, las huelgas, el boicot, o el presentarnos religiosamente ante el comité de la ONU, que este año aprobó por consenso su trigésima octava resolución a favor de la autodeterminación de Puerto Rico, y en donde se volvió a denunciar el imperialismo estadounidense sin consecuencia alguna, podrían llegar a rendir frutos descolonizadores algún día. Me pregunto igualmente, qué quedaría de la lucha por la autodeterminación si descartáramos las acciones que no han funcionado hasta este día. Por esto y muchas otras cosas que iremos apuntando, entendí importante buscar ángulos de acercamiento a nuestro problema colonial, que nos ayuden a plantearnos esfuerzos políticos que consigan resultados anticoloniales concretos. 

Es por eso que he identificado que entre las posibles condiciones materiales que podríamos provocar dadas nuestras limitaciones, para entender y resolver nuestro problema colonial, con el fin de arar la tierra intelectual y cosechar nuevos frutos descolonizadores, se encuentra empezar a caracterizarnos como un país que es parte de la historia de la región caribeña. El punto de vista que nos coloca dentro del Caribe histórico, ha sido muchas veces invisibilizado por la tradición política y cultural, pero ha perfilado en la historiografía local de muchas formas. Entre los ejemplos de la historiografía puertorriqueña, en donde se ha descrito a Puerto Rico como parte del caribe histórico, se encuentran la historia militar de Jorge Rodríguez Beruff y la de Humberto García Muñiz, así como la historia política y económica de Antonio Gaztambide y Carmen Gautier Mayoral. Desde la historia pre colombina la Isla ha quedado descrita como parte del Caribe con Jalil Sued Badillo y Sebastián Robiou Lamarck, entre muchos otros. Desde la historia cultural, con los trabajos de Ángel Quintero Rivera. Igualmente se ha unificado la región desde la geología, la arqueología, la antropología y hasta la genética, en donde por ejemplo, Juan Martínez Cruzado, ha definido la composición racial del caribe insular, valiéndose de estudios del genoma humano en la región. 

Por lo tanto, y dicho lo anterior, aclaro que trataré: 1. De esbozar o sugerir elementos que me permitan relacionar a Puerto Rico con el resto del caribe colonial; 2. poner en perspectiva la gestión histórica de la ONU en la zona, y 3. Identificar proyectos políticos que hayan tenido otros territorios coloniales del Caribe, para en otro momento, entrar a compararlos con las luchas de Puerto Rico. No busco hacer un análisis pormenorizado de la historia política caribeña o un contrapunteo balanceado entre las colonias contemporáneas y Puerto Rico, sino que solo intento abrir la puerta hacia el caribe colonial para observarlo, y determinar qué exactamente significaría entendernos como parte de nuestra región geográfica e histórica. 

Para empezar, aclaremos de salida que en la lista oficial de los 17 países considerados como colonias por la ONU, hay enumerados 8 que pertenecen al Caribe pero no se incluye a Puerto Rico. Puerto Rico fue retirado de la lista de países no autónomos en el 1953, y tras haberse aprobado la Constitución del Estado Libre Asociado en el 1952. Sin embargo, y en un sinnúmero de eventos históricos sucedidos desde entonces, se ha demostrado sin espacio para la duda, que seguimos siendo una colonia. Solo durante el 2016, tanto con el caso Puerto Rico vs. Sánchez Valle[1]como con la ley PROMESA, tendríamos prueba suficiente del imperialismo estadounidense. Estas decisiones de las instituciones del Imperio, entre otras imposiciones de derecho y falsa representación, manifestadas en las Cortes Federales y el Congreso, demuestran claramente nuestras desventajas. Pero además, sufrimos de una explotación económica descarada por parte de corporaciones, bancos e individuos estadounidenses, en esquemas de robo de recursos naturales, fabricación de deuda, apropiación inconstitucional de tierras y la creación de leyes que nos convierten en un paraíso fiscal solo para millonarios extranjeros. Nunca hemos dejado de ser ciudadanos de tercera categoría en franca desventaja con los habitantes de la metrópolis y al menos el Comité de Descolonización de la ONU ha sido útil en reconocer eso. En junio de este año volvieron a recalcar el derecho de Puerto Rico a su autodeterminación e independencia; sin embargo, no han colocado a la Isla en la lista de los “territorios no autónomos”, confeccionada por la propia organización.

La mayoría de los países que todavía son colonias en el Caribe, son islas de tamaños breves y poblaciones pequeñas, que se han visto influenciadas, determinadas y hasta controladas por los intereses económicos de los Estados Unidos aun cuando en muchos casos mantengan relaciones políticas serias con sus metrópolis históricas, o se hayan declarado independientes. Por lo tanto, más que discutir si la ONU tiene o no la capacidad de adelantar la independencia de Puerto Rico, prefiero contextualizar su rol en lo que se ha entendido como la era de la descolonización contemporánea. Antes de continuar debo recalcar que una condición que une a toda la zona del Caribe, sería que directa o indirectamente, los procesos de autodeterminación de los territorios no autónomos han venido acompañados de la imposición de los intereses estadounidenses, así como de su hegemonía militar. 

En resumidas cuentas, presento tanto con el texto como en las tablas adjuntas, una de muchas posibles caracterizaciones que se podrían hacer de las colonias caribeñas, con la intención de colocar a Puerto Rico entre ellas y vernos desde ese otro punto de vista. Entiendo que este acercamiento podría ayudar a enriquecer nuestro marco histórico porque generalmente, cuando reflexionamos sobre la descolonización de Puerto Rico, hemos mirado más la historia de las naciones que pertenecen al renglón de los países con más recursos, riquezas y población en el planeta, y hemos pasado por alto la historia de las naciones o colonias que comparten con nosotros equivalencias sustanciales, en lo que respecta a las condiciones materiales que nos definen. Con esto no quiero decir que Puerto Rico carezca de recursos, riquezas o personas suficientes como para ser independiente, sino que entiendo que nos parecemos más a las Antillas Menores de lo que hemos querido reconocer, o al menos nos parecemos más a ellas que a las repúblicas continentales que hemos usado como paradigmas. Aún así, como pueblo y en el tema de la descolonización, nos hemos ido moviendo históricamente desde dos premisas opuestas, entre dos polos ideológicos o sentimentales, que además de antagónicos, son provocados por nuestra condición colonial. De un lado, tenemos a las personas que subestiman nuestras capacidades productivas y nuestras condiciones materiales, mientras del otro, tenemos a la gente que consistentemente las sobreestima y hasta las hiperboliza. 

Para presentar la discusión a la que aspiro, he usado como pretexto el libro de Aarón Gamaliel Ramos, titulado Islas Migajas: Los países no independientes del caribe contemporáneo,[2]porque me parece pertinente establecer, que existe el interés desde hace algún tiempo, de ir pensado en el colonialismo de Puerto Rico desde la historia colonial de los países del Caribe. Por otro lado, lo que sería ya mi interés personal en discutir el tema colonial de Puerto Rico desde la región, pienso que el proyecto independentista en la Isla se ha visto afectado por la idea de que existe un método o un objetivo único para adquirir libertad y justicia política. Pero sobre todo, porque se parte por lo general, de la ilusión de que esa libertad política que se vislumbra como producto, ya sea de la lucha en “la calle”; o sea desde la toma de las instituciones, nos separaría de la hegemonía estadounidense. En muchos casos se ha llegado inclusive a entender que podríamos evitar la imposición económica, política y hasta cultural del Imperio estadounidense si llegáramos a provocar algún acto de independencia contundente, siempre y cuando se haga por el libro. Como independentistas hemos insistido históricamente en que la libertad está al alcance de nuestro respaldo a una estrategia bien labrada. Así, hemos convertido nuestros propios modelos imaginarios de luchas, en las precondiciones necesarias para la libertad, como si la independencia dependiera solamente del arrojo o el valor de un grupo oprimido de individuos, aislados del poder imperial. Insistimos como pueblo en responsabilizar a la voluntad boricua del éxito o fracaso de la lucha descolonizadora y establecemos la “conciencia política” como una precondición, aún sabiendo que hasta los países libres como Venezuela, Cuba o México, al tratar de ir por encima de los intereses del imperio estadounidense, lo han pagado con su paz social y el sacrificio de partes importantes de su libertad, sus recursos y riquezas. 

La historia de los países más parecidos a Puerto Rico en el Caribe, tanto en tamaño como en recursos, ha demostrado que es posible sobrevivir dentro de un amplio espectro de alternativas políticas y con una gama enorme de niveles de autonomía. Cuando hablo de los países caribeños, en este caso, incluyo desde la república socialista de Cuba, la mayor de las Antillas Mayores y en donde nuestra Isla cabe muchas veces, hasta Saba, un municipio especial de Holanda, con apenas 1,991 habitantes y una superficie de cinco millas cuadradas. Al referirme al área de superficie o al monto poblacional, debo aclarar que lo hago partiendo de un principio dialéctico que entiende la cantidad como un factor necesario al momento de definir las cualidades de las cosas. En otras palabras, parto de la premisa de que la cantidad, ya sea de un grupo o de las riquezas de un pueblo, siempre debe considerarse como un factor determinante al momento de caracterizar cualquier fenómeno político en la historia. Sin embargo, entiendo igualmente, lo difícil que se nos hace como “boricuas” reconocer el tamaño como una desventaja para la autodeterminación, máxime, cuando sobrevalorar o ignorar los límites de nuestras dimensiones y riquezas, ha sido parte del discurso tanto nacionalista como independentista en general, con el fin de promover la dignidad de nuestro pueblo y elevar nuestra autoestima. Dicho esto, propongo que no debe pasarse por alto que el tamaño importa desde cualquier acercamiento racional que hagamos al caso de Puerto Rico. Debemos asumir el hecho, de que existen fuerzas políticas que dependen de una masa crítica dentro del desarrollo económico de un pueblo y que esa fuerza dependiente de la producción de riquezas nacionales, es la que sustenta los discursos separatistas y en la historia ha sido la base de todas las propuesta de independencia conocidas. Con esto no quiero decir que no se pueden hacer revoluciones pequeñas, sino que apunto a que la historia demuestra que si las luchas no son tan grandes como sus enemigos, suelen ser aplastadas sin remedio. Aquí de seguro podrían refutarme aludiendo al caso de Cuba, pero para efectos de nuestro análisis ésta debe ser entendida como una colonia rusa hasta la caída del bloque soviético entre el 1989 y el 1991.  

Personalmente, entiendo que un proyecto de autodeterminación tiene que venir impulsado por el poder económico de un territorio, y por el convencimiento generalizado entre la población, de que se tiene la capacidad, más que para gobernarnos, para generar riquezas. En otras palabras, sí entiendo que somos relevantes dentro del marco económico y geográfico del Caribe insular, porque podríamos construir una base económica para adquirir poder si las riquezas producidas aquí no se expatriaran, pero ese no es el caso. De igual forma, considero necesario aclarar que no deja de ser opresivo el colonialismo porque se ejerza sobre un país pequeño, pues la colonia es una forma de explotación económica concreta como la plusvalía, la propiedad privada y la esclavitud. Opino que la salida de nuestra condición opresiva requiere de un salto cualitativo que se iniciaría solo con el control de los nativos sobre una mayor cantidad de nuestros recursos y riquezas. Con esto quiero decir que además de que sabemos que hasta las naciones libres están colonizadas de formas directas e indirectas por el mercado capitalista y su sistema financiero (la deuda), existe una serie de alternativas de libertad política que podrían sacarnos de las relaciones de desigualdad coloniales en específico, y aún desde nuestras desventajas económicas. Sin embargo, entiendo que esa salida requiere de la concentración de fuerzas políticas importantes, así como de relaciones económicas controladas localmente, que permitan relacionar nuestras necesidades con las ideologías propias de la autonomía.

Aquí haré un paréntesis para recordar que hace apenas unos años atrás, exactamente el 22 de mayo de 2014: 

Yashei Rosario y Julián García, dos residentes de la isla-municipio de Vieques, comparecieron al Congreso de los EE.UU. para demandar que su isla se separe del archipiélago de Puerto Rico. En particular, ellos desean que la isla sea declarada un territorio autónomo y tratada de forma independiente a los asuntos de la Isla Grande por parte del Congreso (vea más aquí).

Para efectos de  ilustrar los pormenores del caso y para que nos sirva de ilustración en nuestro argumento más adelante, debemos igualmente añadir que en Vieques: 

…la cantidad de puertorriqueños, como en el resto de la isla, ha descendido. En 2000, había 8,660; en 2010 eran 8,602. El estimado de 2017 dice que en Vieques hay hoy 8,528 boricuas. […] Estas estadísticas apuntan a que la población estadounidense aquí era el 5% en 2000, el 7% en 2010 y el 10% hoy. En resumen: desde la salida de la Marina, la población de estadounidenses ha crecido en un 113%, mientras la de boricuas ha bajado en 2% (El énfasis es mío, vea más aquí).

Si pudiéramos sacar a un lado lo que se ha llamado la gentrificación, o el aburguesamiento, de la isla/municipio, lo que en parte podría estar motivando el interés de autonomía entre ciertos grupos de viequenses, y tomáramos los datos geográficos y poblacionales como factores que determinan o justifiquen el pedido de separación, no sonaría tan descabellado el reclamo, en especial cuando sabemos que esto mismo se ha hecho a través de los pasados 60 años, en múltiples colonias caribeñas de menor tamaño y población que Vieques y con un porcentaje relativamente equivalente de personas oriundas de las metrópolis. Por ejemplo, con poblaciones menores a las que tiene Vieques, las islas de San Eustaquio y Saba, ambos Municipios Especiales de Holanda; así como Dominica y Monserrat, entendidos como Territorios Británicos de Ultramar; y San Bartolomé, declarada como Colectividad Territorial de Francia, han conseguido acuerdos negociados con sus imperios directamente, en donde tras ser integrados de una forma u otra al sistema de sus metrópolis, han adquirido condiciones políticas y económicas que liberaron a la población de formas coloniales de explotación que todavía tenemos en Puerto Rico. Aún así, el Caribe sigue siendo el rastro que ha dejado la explotación imperialista por más de cinco siglos en la zona, y si algo tenemos en común con el resto del Caribe tanto como archipiélago Antillano, como país o como viequenses, sería que los imperios siempre han encontrado formas de mantenernos produciendo para ellos y que las decisiones que históricamente han tomado, se han hecho siempre desde su interés por mantener el control sobre las Antillas.

Aimé Fernand David Césaire (1913-2008) político y poeta de Martinica, le llamó Islas Migajas a las Antillas Menores en un poema contenido en su famoso Cuaderno de un retorno al país natal. Los versos del poema van describiendo a las islas como los restos de un botín que se han llevado otros. Césaire también las llamó “Islas Cicatrices” e “Islas informes”, resumiendo genialmente los orígenes políticos de éstas desde sus funciones administrativas y militares, cualidades que comparten todas con Puerto Rico. El libro de Aarón Gamaliel Ramos,  Isla Migajas…,toma su título de este poema de Césaire, y como señala desde la portada, busca repasar la historia colonial de los países caribeños no independientes. Está dividido en dos partes; la primera, discute las formas coloniales originales, manejadas en el Caribe, y sus instituciones, incluidas las identidades culturales que de ellas se desprenden. Ramos le llama a ese imperialismo inaugurado por España, el colonialismo histórico. La segunda parte, consiste de un acercamiento a las antiguas posesiones coloniales de las principales potencias europeas tras las Segunda Guerra Mundial, lo que el autor llama la “Era de la Descolonización” o el período del colonialismo contemporáneo. 

Bajo el tema de la era descolonizadora, Ramos repasa los procesos económicos, políticos y sociales que van transformado las relaciones entre las posesiones territoriales y sus metrópolis. En el proceso, nos deja ver que muchas de las fuerzas transformadoras, que consiguieron o pretendieron descolonizar el Caribe, estuvieron, salvo contadas excepciones, gestadas desde las cúpulas de los poderes metropolitanos, y desde relaciones provocadas por las propias potencias europeas, más que desde luchas a la usanza de las revoluciones independentistas y socialistas que conocemos. Argumentamos con esto, que parte importante de las gestiones descolonizadoras en la región, fueron ponderadas como alternativas, solo cuando las luchas por la independencia se iban acumulando en los territorios que solían estar dominados por las potencias europeas, tanto en occidente como en oriente. En otras palabras, podemos argumentar que las victorias independentistas en las grandes colonias, entiéndase las derrotas que las metrópolis modernas tuvieron alrededor del mundo durante la Guerra Fría, terminaron favorecieron la transformación de los estatus políticos en las colonias más pequeñas. Aún cuando entiendo que las iniciativas descolonizadoras del Caribe insular se fraguaron tras las luchas independentistas en India y África, no fueron pocos los territorios caribeños que por su lado, intentaron también tomar el control político de las colonias desde intereses endémicos, e influenciados inclusive por las ideologías revolucionarias europeas, como fueron los casos de Granada y Anguila. 

Al momento de hablar de la historia contemporánea tanto de Anguila como de Granada, entiendo crucial que se acepte que las cualidades geográficas y demográficas de ambas fueron forzosamente determinantes y muy reveladoras. Por ejemplo, Anguila consiguió su independencia del Reino Unido tras una consulta democrática en el 1967. Ese mismo año Puerto Rico tuvo también un referéndum en donde ganó con un 60% de los votos el ELA, seguido por la estadidad con el 39% y la independencia con .6%. Sin embargo, Anguila aún bajo el dictado de un voto democrático por la independencia, fue invadida en el 1969 por lo británicos, para imponer nuevamente “el orden y el control” en el contexto de la Guerra Fría. Más tarde, en el 1980, Anguila decidió separarse de la federación que componía junto a San Cristóbal y Nieves y lo logra como una gestión administrativa. La separación de la isla de Anguila, de las otras islas poseídas por Inglaterra, nos recuerda lo que propuso el dúo viequense citado arriba, cuando le pidió al Congreso en el 2014, la separación de Vieques del resto de Puerto Rico. 

Granada por su lado, consiguió su independencia del Reino Unido en el 1974 y se declaró un estado socialista entre el 1979 y el 1983, bajo el liderazgo de Maurice Bishop. El proyecto socialista, sin embargo, fue derrotado tras una invasión militar estadounidense en el 1983 y la isla fue convertida en una monarquía parlamentaria como parte de la mancomunidad de naciones británicas, a partir del 1984, entiéndase con esto, que la Isla fue recolonizada. Debe establecerse también, que aún sin menospreciar la hazaña política de los granadinos, la Isla tiene un área superficial de135 millas cuadradas (más pequeña que Ponce,y cuenta con una población que apenas rondaba los 90 mil habitantes, esto equivale a menos de una cuarta parte de la población de San Juan, y 55 mil personas menos que Ponce.  El proyecto descolonizador de Granada ocurre dentro de un marco que debe incluir entre sus factores determinantes, además de la raza y la lucha de clases, el tamaño territorial y el de su población, al momento de estudiar tanto su éxito como su eventual derrota. De igual forma, Anguila y su lucha independentista, contó con el apoyo electoral de una fracción mayoritaria de su población, compuesta por casi 15 mil personas que vivían en sus 35 millas cuadradas de superficie. Anguila tiene una extensión territorial que equivale más o menos a la mitad del área de Vieques (52.12 mi²) y tiene menos habitantes que Jayuya.

Gamaliel Ramos, quizás mucho menos de lo necesario, mientras describe en su libro los procesos históricos de las colonias contemporáneas a grandes rasgos, va tomando nota de sucesos que podrían entenderse como elementos que prueban la existencia de múltiples y dispersas conciencias o identidades nacionales en el Caribe. Sin embargo, y si bien hay luchas políticas y económicas en todas las islas desde las revueltas de esclavos a través de todo el siglo 19, salvo en contadas excepciones, el autor identifica en las colonias caribeñas contemporáneas una carencia de fuerzas populares importantes, que describe como una ausencia de nacionalismos “robustos”, que consideren como parte de sus luchas reivindicativas, la separación total y completa de sus respectivas metrópolis. En lo fundamental, entendemos que el trabajo de Gamaliel Ramos está motivado por el mismo deseo nuestro, de identificar las diferencias históricas que existen entre las antiguas colonias y sus versiones contemporáneas, ya sean inglesas, francesas, holandesas, o del colonialismo tardío de Estados Unidos, para tratar de identificar los factores que favorecieron los movimientos separatistas en algunas instancias, así como las condiciones que provocaron la anexión a la metrópolis en muchas otras. 

El recorrido histórico de Islas Migajas… me parece importante como introducción el tema de estas líneas porque es simple, cronológico, apunta a fechas emblemáticas y define hitos institucionales que si bien todavía no son capaces de contar toda la historia, permiten abrirle la puerta a muchos otros temas que quedan por lo tanto sugeridos en el fondo. Refiriéndose a las islas no independientes el autor evade sistemáticamente llamarle colonias, pero identifica en cada una de los territorios las prácticas que define como “relaciones de tipo colonial” que se mantienen aún tras sus supuestas autodeterminaciones. Añade además, que los habitantes conservan la ciudadanía de sus metrópolis, a veces con orgullo, pero siempre por conveniencia. 

Entre sus conclusiones Gamaliel Ramos nos deja ver que los procesos económicos que favorecieron la autonomía en el Caribe, también empujaron los mercados de las colonias hacia los Estados Unidos y los territorios que adquirieron mayor libertad política, terminaron adheridos a la influencia hegemónica de EEUU en la región. La mayoría de los países caribeños que consiguieron la independencia tras la Segunda Guerra Mundial, fueron en su mayoría colonias británicas. Sin embargo, si bien muchas colonias británicas se independizaron, durante el mismo período todos los territorios coloniales del Caribe, con excepción de los que se rebelaron, consiguieron mayor autonomía de sus respectivas metrópolis a partir del 1961. La Organización de Naciones Unidas fue fundada en el 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, pero es a partir del 1961, el mismo año en que el mundo experimentó su punto más cercano a una guerra nuclear, con la crisis de los misiles en Cuba, que el Comité para la Descolonización se fundó. La ONU se constituyó, entre otras cosas, con un documento que incluyó una lista de países que se entendieron como “territorios no autónomos”, y estableciéndose el fin de promover su descolonización. Sin embargo, la razón principal fue siempre conseguir la estabilidad de la zona.  Estados Unidos fue una fuerza importante tras la tendencia a una mayor autonomía en la región, no porque el imperio fuera el paladín de la libertad tras la Segunda Guerra Mundial, sino porque su intención era quitarle el poder político en el Caribe a las potencias europeas, imponerse militarmente y crear una zona fiel a su proyecto capitalista. Por ejemplo, fue en el contexto de la Segunda Guerra Mundial durante el 1941, que EE.UU. tomó a Vieques y Culebra para construir bases hasta alcanzar un total de 9 complejos militares en Puerto Rico. En el Caribe actualmente EE.UU. tiene bases en Aruba y Curazao, así como en Antigua y Barbuda, pero destaca en especial la infame Base de Guantánamo, en Cuba, manteniéndose fiel a su proyecto imperialista en la zona.

Subrayamos que es por la presión internacional de muchas luchas secesionistas, por la amenaza rusa y la revolución socialista en Cuba, que la comunidad internacional se propuso repudiar el colonialismo y no por clemencia o bondad, pero sobre todo, Estados Unidos fomenta, encubierto en el discurso internacional, el esfuerzo descolonizador, con el propósito de garantizar el control sobre América. La tendencia, según el autor de Islas Migajas, comienza con la otorgación de más participación a los locales en las formas del gobierno territorial, tras la Segunda Guerra Mundial. De esas nuevas libertades salen colonias con una gama de fórmulas de autonomía: países miembros de la Mancomunidad de Naciones Inglesas, el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, los Departamentos franceses, los Países autónomos y los municipios especiales holandeses, entre otras propuestas que se establecieron y se disolvieron en pocos años, como lo fueron también las federaciones creadas entre algunas islas inglesas, francesas y holandesas. 

En las colonias de la segunda posguerra se empezó a fomentar desde las metrópolis y sus instituciones, una clase política local que facilitó la autonomía, con fines a una futura descolonización, o al menos así lo propusieron los centros del poder. En el proceso, se terminaron resolviendo los problemas de la colonización, y sacando de la lista de territorio no autónomos de la ONU, a países que en la mayoría de los casos, terminaron integrándose al sistema político de sus metrópolis. Pero además, existieron las colonias que crearon constituciones nacionales aún manteniendo subordinación legal a las potencias europeas y en las que se desarrollaron movimientos de independencia. Muchas colonias igualmente, dependieron y aún dependen de ayudas económicas, así como de sus instituciones metropolitanas de justicia y de defensa. 

Las islas caribeñas en su mayoría fueron productoras especializadas con mano de obra esclava, dentro de la distribución internacional del trabajo desde el siglo XVI, por lo que arrastran igualmente desigualdades raciales que las empujaron a continuar produciendo para satisfacer los intereses de los mercados del capitalismo internacional tras ser declaradas autónomas por la ONU. Hoy las obligan con sus lastres, a desarrollar la industria del servicio y el turismo, perpetuando con esto una relación histórica de desigualdad económica con los centros de poder tanto nacionales como metropolitanos. Las desigualdades internas de raza y clase, han sido igualmente responsables de la dificultad de articular una fuerza concertada alrededor de una identidad concreta o una fuerza económica, lo que a su vez ha dificultado la articulación de una cultura que además de nacionalista sea secesionista. Entendemos que nuestro presente político como país evidencia el mismo problema y si bien no se puede juzgar nuestra historia solo desde el fracaso de proyectos nacionales o desde luchas patrias truncas, el aspecto ideológico en los movimientos de independencia ha sido un factor determinante en las luchas que han alcanzado el éxito. 

En conclusión, el panorama caribeño que he intentado dibujar someramente, podría ayudarnos a describir a Puerto Rico, además de como un país caribeño, como parte de una tradición colonial que ha sido testigo de un sinfín de posibilidades descolonizadoras en la historia contemporánea. Entiendo que frustradas muchas de las vías conocidas de resistencia al imperialismo estadounidense, ya sea por la represión, la derrota, la apatía, la impotencia, o sea por el cansancio y la frustración, solo nos queda sumarnos a las fuerzas masivas de luchas en los principales centros de poder mundial, entendiendo que sus masas en niveles críticos, junto a nuestras consistentes denuncias desde la colonia, son las responsables históricas de la descolonización de los países caribeños más desventajados materialmente. En otras palabras, entiendo que las transformaciones al interior de los países más pequeños, como el nuestro, colonizados por una potencia viva, han ocurrido en el contexto de la inestabilidad mundial tras las crisis cíclicas del capitalismo y con la intención de controlar social y económicamente las regiones geográficas que se entendían cruciales para mantener el poder del Imperio. Pienso, que mirando al Caribe y la historia de sus colonias contemporáneas, podríamos reconocer fórmulas de autonomía que antes de pretender satisfacer una idea de libertad abstracta, basada muchas veces sobre la idea de que es posible abandonar la influencia del mercado estadounidense por completo, se empiece a concentrar en apoyar la lucha por un trato justo y equitativo, reconociendo como nuestra principal urgencia la erradicación de las relaciones económicas de desigualdad y opresión que la metrópolis nos impone unilateralmente y que mantienen a nuestra población empobrecida. 

En la Isla existe la posibilidad de destruir las relaciones coloniales históricas de explotación económica y política desde múltiples vías. Por lo tanto, cuando digo que nos miremos como país en el espejo de las colonias contemporáneas del Caribe, no quiero decir que debamos abandonar el independentismo porque existan pocas colonias que hayan optado por esa alternativa, sino que reconozco que con el ejercicio de repasar nuestras semejanzas con el resto de las islas caribeñas, podremos sopesar mejor nuestras desventajas respecto al Imperio y entender los límites materiales de nuestras estrategias políticas. Dicho de otra forma, no debe ignorarse, cuando luchamos por erradicar nuestras desventajas coloniales, que ningún estado en este mundo, y no solo los pequeños, puede pensarse como independiente de la hegemonía del imperio militar estadounidense y su mercado. Por lo mismo, no podremos liberarnos del imperio sin contar con sus masas revolucionarias internas y el apoyo de las luchas internacionales concretas, como ocurrió durante la llamada era de la descolonización que permitió entre otras cosas resolver el estatus de muchos de los países coloniales del Caribe. La lucha por la descolonización de un país limitado por su tamaño, como el nuestro, solo podrá darse sumándose a las fuerzas colectivas de los grupos oprimidos en la metrópolis más que con la esperanza de encontrar apoyo en sus instituciones imperiales, como ha demostrado ser la ONU. Finalmente, no quiero concluir sin dejar completamente claro que desde donde milito, ningún país que se respete a sí mismo, podría seguir permitiendo que a estas fechas se le trate como a una colonia.  


Apéndice



[1]In Puerto Rico v. Sanchez Valle, the Supreme Court applied this longstanding doctrine to the Commonwealth of Puerto Rico and held that it did not constitute a “sovereign” for double jeopardy purposes.

[2]Aarón Gamaliel Ramos. Islas Migajas: Los países no independientes del caribe contemporáneo. Travesters & Leduc Editores: San Juan. 2016. 353 págs.