De la Clase a la Salsa: Ángel “Chuco” Quintero Rivera y la identidad cultural.

Amado Martínez Lebrón

Ángel «Chuco» Quintero Rivera

Intento repasar aquí brevemente, en un ejercicio de historiografía sin pretensiones, algunos elementos de la trayectoria intelectual de Ángel Quintero Rivera porque entiendo que su obra como historiador y sociólogo es representativa de un importante segmento del quehacer intelectual de la región y encarna muy relevantes giros y tal vez hasta rupturas en lo que a la representación de la identidad cultural puertorriqueña se refiere. Aspiro a extender esta reflexión en un futuro no muy lejano con una entrevista.


                                                                 

Ángel Quintero Rivera nace en el 1947, y como señalara Néfer Muñoz en una entrevista que le hizo al sociólogo e historiador puertorriqueño en noviembre de 2015: “…nació en un pueblo Boricua que fue aplastado por la modernidad: literalmente.” El barrio de Santurce en donde se crió Quintero Rivera es ahora una autopista, nos explica el escritor.[1]Desde pequeño sus familiares y allegados lo apodaron “Chuco”, que es una derivación abreviada de la palabra chiquito, porque su padre era el Ángel Quintero grande, y desde entonces, su apodo parece acompañarlo a todas partes.

Con la revisión de las breves biografías que acompañan algunos de sus trabajos publicados se pueden enumerar los elementos más relevantes de su formación. Entre estos se incluyen que se educó en la Universidad de Puerto Rico y en la London School of Economics, y que trabaja para el Centro de Investigaciones Sociales de la U.P.R.. Quintero Rivera fue además educador sindical y miembro fundador del Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña (CEREP). 

El CEREP fue formado a principios de la decada de 1970, y entre sus miembros fundadores se encuentran Ángel Quintero Rivera, Marcia Rivera, José Joaquín Villamil, Rafael L. Ramírez y Rafael Irizarry.  Con el paso del tiempo se unieron a la organización Lydia Milagros González, Gervasio García, Andrés Ramos Mattei, Fernando Picó, Isabelita Picó, Arcadio Díaz-Quiñones, Silvia Rivera Viera, Juan José Baldrich, Guillermo Baralt y Ricardo Campos.    Estos nuevos investigadores se comprometieron a revisar sus disciplinas y a cuestionar cualquier pensamiento que hubiera marcado un hito en la historia de los puertorriqueños.[2]

En nuestra búsqueda por sus datos públicos, nos percatamos de igual forma, que las notas biográficas que resaltan los elementos relacionados al quehacer político del autor, son aquellas que introducen su obra más alineada con la corriente histórica marxista, y que queda constituida mayormente por su producción fechada entre el 1970 y finales de la década de 1980. A partir de la década de 1990 el autor toma lo que parece ser un giro temático, influenciado por los intelectuales poscoloniales y entra a discutir problemas planteados en torno a lo posmoderno cuando aspira a evadir el eurocentrismo, aborda con prominencia la Cultura, la música popular, la(s) identidad(es) nacional(es) y las relaciones del Poder con sus subalternos, entre otros temas. La producción más reciente del historiador se fija mucho menos en las clases económicas y en los sectores que se habían considerado como sujetos históricos en sus primeros trabajos, y se dedica más a mirar hacia los fenómenos culturales dominantes. 

Entendemos que este giro es una consecuencia de ir montado en la ola de los tiempos. Guillermo Baralt, por mencionar otro caso, pasa de la historia de los esclavos a la de los Ferré, los Carrión y la Goya. Esto no tiene que entenderse como un cambio de bando, por si se me acusara de insinuar semejante cosa, pero sin duda son temas más rentables. Pienso que el cambio apunta, y aquí me parecería leer a Feuerbach desde las tesis de Marx, a que buscan entender un mundo que consideran nuevo, tras la caída del bloque soviético y la impresión que provocó en su generación la desaparición de ese “socialismo”. Este giro se percibe igualmente en J. F. Lyotard, veterano del 1968 francés y en Francis Fukuyama, que declaró el fin de la historia en el 1992, por mencionar los más populares. La transformación intelectual de esa generación sugiere que ya no necesariamente la prioridad era cambiar el mundo e intuyo que posiblemente es resultado de haber sopesado las contradicciones de su sistema ideológico. La popularidad académica que tuvieron en occidente los pos-colonialistas, críticos del eurocentrismo, también sería otra consecuencia historiográfica de la restructuración del poder mundial tras el fin de la URRSS. 

Si bien, lo que hemos querido identificar como la primera etapa intelectual de Quintero, es una respuesta a la tradición historiográfica de los proceratos y las grandes historias o “grandes acontecimientos y personalidades”, en donde se sostenía una división entre sociología e historia: “la historia se encargaría de aquellos acontecimientos humanos únicos y la sociología de los repetitivos (Á. Quintero Rivera 1988, 9)”,  su trabajo nunca dejó de enfatizar en la capacidad que tenía la cultura (como producto de una clase) de crear identidad, y por consecuencia, afectar la realidad con ella. 

En sus primeros trabajos públicos y alineados políticamente con la perspectiva del CEREP, Quintero se definía como parte de “…un nuevo análisis histórico social puertorriqueño […] que ha venido a conocerse como la ‘nueva historiografía’”. Esta nueva posición política, entendida como un proyecto intelectual de ruptura según sus portavoces, se dedicaba a “quebrar las barreras entre la sociología y la historia…”

[…] inspirados en documentos como los de Bernardo Vega, muchos compañeros formados en una u otra disciplina fuimos tratando, en diversos grados, de examinar y mostrar cómo la vida diaria — en apariencia rutinaria– del trabajo y la convivencia, constituye el núcleo fundamental de los procesos que van cambiando (o transformarán a la larga) la vida diaria misma (Á. Quintero Rivera 1988, 11).

CEREP representó con elocuencia el proyecto citado, apuntaban siempre a la cultura, pero ésta se narraba enfatizando las relaciones económicas de conflicto entre los que en ese momento eran los viejos sujetos históricos (próceres) y los nuevos (oprimidos). Pero sobre todo, y relevante para entender el caso de Quintero Rivera, sería saber que CEREP, influenciada por la producción cultural de la comunidad puertorriqueña en Nueva York, fue parte importante en el proceso de empezar a reconocer la diáspora puertorriqueña como creadora de cultura nacional. 

Primero que todo, el grupo tras CEREP reconoció a la diáspora como un fenómeno real y concreto que mantenía y mantiene fuertes lazos culturales con la tierra de sus ancestros. Con esto pudieron concluir entre otras cosas, que parte de lo que llamamos hasta hoy la identidad puertorriqueña, se ha elaborado fuera de la Isla. La Salsa, por ejemplo, aún siendo un fenómeno que se crea en parte desde las comunidades latinas de EEUU, para Quintero Rivera es una cualidad inseparable de nuestra identidad puertorriqueña, pero también de la caribeña y hasta la latinoamericana. La Salsa, tan vinculada a Puerto Rico y tan inherente a la caracterización del puertorriqueño que nosotros mismos hacemos para los otros, no es obra exclusiva de una clase o de un país, pero representa a más de uno y cada uno la reclama como suya. 

Se debe aclarar que durante la primera etapa de Quintero Rivera se debatía que la cultura de un pueblo oprimido es siempre un pedazo de su resistencia política, por lo que se enarbolaba el nacionalismo como parte de la lucha anticolonialista, mientras que el Estado perseguía desde el poder todas las manifestaciones “patrióticas” por lo mismo. Pedro Albizu Campos, una generación antes, había abrazado el catolicismo como parte de su identidad política nacionalista y separatista, porque de un lado la tradición religiosa nos alejaba de la tradición de EEUU y su invasión, que también era protestante, pero más que nada porque nuestra cultura descansa abrumadoramente sobre ritos, conocimientos y costumbres que nos vienen del catolicismo. Por lo tanto, aferrarse al catolicismo como identidad cultural y política puede entenderse en parte como una consecuencia espontánea del choque con la metrópolis estadounidense y su cultura. La ganancia de la metrópolis será eventualmente cambiar nuestra identidad religiosa, como cambiaron la pana por la papa, porque las iglesias son negocios que adelantan en los mercados sus productos y los centros económicos de las religiones protestantes están en Estados Unidos. 

Entiendo que siempre de alguna manera la persecución política termina definiendo los símbolos patrios, incluyendo a sus héroes, así como a los elementos de la cultura de resistencia en general. Desde la “defensa apasionada del español” y el recelo, consciente o no, a la imposición del inglés; hasta los movimientos de lucha armada en las entrañas del imperio, tantos los métodos de lucha como los elementos culturales que se defendían y se defienden, se construían y se construyen a partir de los conflictos que le provoquen a los colonizadores en su proceso de imponerse.

Reconocer la diáspora como creadora de cultura puertorriqueña fue crucial porque impulsó el debate intelectual hacia el cuestionamiento de los parámetros de la identidad nacional, lo que ayudó a ilustrar que para mucha gente existen ciertos elementos de la cultura que pueden ser parte de la resistencia aunque su origen esté en un interés del Poder. Se argumenta por ejemplo, que la Salsa entre otros productos culturales recientes, digamos también el reguetón, pueden ser creadores de una identidad que resista la imposición cultural del imperio. Por su parte, Quintero Rivera afirma que la Salsa es hija de las diásporas caribeñas en Nueva York y usándola como vehículo, nos enfrenta con que el Barrio en la metrópolis se puede entender como otro pueblo de la Isla. Haber estudiado el impacto social que tuvo la identidad “niuyorican” en la confección de la cultura de la Salsa en específico, así como en la creación de una identidad puertorriqueña y caribeña en general, es sin duda parte de la contribución que nos hace el intelectual. Sin embargo, no es algo nuevo para él y esto nos permite ver que existe una continuidad en su obra de vida. Comparar la cultura de la Isla con la de la diáspora nos evoca en cierta manera el ejercicio que ya había hecho el autor cuando definió en el 1988 en su libro Patricios y Plebeyos…, la identidad “nacional” de San Juan, para contrastarla con la identidad “nacional” que enarbolaba la ciudad de Ponce. 

Para el primer Quintero Rivera, así como para sus aliados, la relación entre tiempos y espacios históricos siempre estuvo mediada por la clase, entiéndase con esto que se hacía desde el análisis de base económico aún cuando se hablara de cultura. La sociedad como concepto colectivo se debatía entre los contemporáneos de Quintero Rivera y desde el punto de vista de la época misma (1970), entre los nacionalismos (puertorriqueño, negro, feminista, etc.) y las conciencias de clases. Si bien el discurso oficial del gobierno era populista y se nutría de la idea de nación asociada al proyecto del ELA, el progreso imperialista y la paz colonial, en la intelectualidad disidente como bien representaba el grupo del CEREP, se pensaba la identidad como un fenómeno mayormente de clases, en proceso, incompleto, que se daba al unísono en más de un centro cultural, y con muchas voces silenciadas al mismo tiempo que otras monologan incesantemente.

De otro lado, la diáspora pone al puertorriqueño de frente con la necesidad de caracterizar su propia identidad cuando choca como cultura importada con las idiosincrasias de la metrópolis. Los emigrantes se aferran a la definición que de ellos mismos va naciendo tras los choques con el Poder y desde sus acepciones de raza, lengua y tradición. Estas relaciones de poder ya las conocía la intelectualidad de la época y Quintero Rivera entre ellos, pero estaba limitada al mundo histórico y cerrado de la Isla. En la década de 1970 y 1980, por ejemplo, nuestro autor describía las producciones culturales hegemónicas y las ponía en conflicto con las producciones culturales subalternas en temas que iban desde la música y el baile (danza, bomba y plena), hasta el trabajo y la migración a las ciudades. 

Si bien los intelectuales de CEREP construyen las identidades de clase y de nación, influenciados por el marxismo, el hecho de haber tenido la oportunidad de presenciar los efectos de la diáspora y su cultura popular, le permitieron a Quintero Rivera descubrir y estudiar la identidad creada por la multiculturalidad que el exilio provoca. Asumiendo una perspectiva centrada en la metrópolis es que Quintero Rivera, entre otros intelectuales de la época, logra caracterizar además de la puertorriqueñidad del exilio, a toda una comunidad que se va definiendo como caribeña y/o latinoamericana desde su nuevo lugar en el imperio y la cultura e historia que los unen. 

Leyda Vázquez Valdés, describiendo el trabajo de CEREP, nos ayuda a entender cómo es que la agenda del Centro y su interés por mantener vínculos con los boricuas en el exilio, son determinantes para descifrar la producción intelectual de puertorriqueños como Ángel Quintero Rivera hasta el día de hoy, y su respaldo a las identidades culturales confeccionadas más allá de las fronteras de estados-naciones.

La histórica colaboración entre el Centro de Estudios Puertorriqueños en Nueva York (CUNY) y el grupo de intelectuales que formó el Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña (CEREP) –colectivos hermanados por casi quince años– transformó en Puerto Rico, a partir de la década del ’70, el modo de estudiar y escribir la historia del país y de los emigrantes puertorriqueños en los Estados Unidos. Ambos fueron piezas claves para la nueva historiografía, marcada, entre otras corrientes teóricas, por los textos marxistas. Las investigaciones que se llevaron a cabo en ambos centros cuestionaron todo pensamiento que hubiera marcado un hito en la historia de los puertorriqueños, tanto en la Isla como en la diáspora.[3]

Quintero Rivera en su prólogo al libro Salsa, Sabor y Control (1998) y mientras discute la canción “Somos el son” de la banda La Selecta, reflexiona sobre las nuevas fronteras que va creando la producción cultural en el mundo. Nuestro autor se refleja en la letra, se reconoce dentro del libre tránsito de la música, y así como en otra ocasión argumentó que José “Tite” Curet o Rafael Hernández no tienen nación, pero al mismo tiempo lo reclaman para sí muchas naciones, defiende la idea de que la música empieza a definirse como parte de la cultura de espacios concretos cada día más amplios. Estos espacios quedan construidos por el éxito comercial de los géneros que como la Salsa, son adelantados por individuos provenientes de países con un pasado común, en nuestro caso hispano, y que empiezan a verse como parte de otros pueblos imaginarios más allá de sus estados-naciones de origen. La emigración a Nueva York va creando en el exilio una identidad latinoamericana, porque entre otras razones, ante los pobladores de la metrópolis, el mercado capitalista, y para gran parte de la historia occidental también, todos los latinos somos iguales. Volviendo a “Somos son” dice Quintero Rivera:

La definición de identidad que esta canción propone es sumamente interesante, pues rebasa límites estrechos de tiempo y espacio, moviéndose simultáneamente por varios planos. Combina herencias históricas con problemáticas contemporáneas y añoranzas de futuro. Expresa paralelamente un sentimiento nacional puertorriqueño y las aspiraciones de un mundo sin fronteras. Identifica a Puerto Rico como entidad propia dentro de un ámbito de identidad más amplio, la hermandad latinoamericana.[4]

De un lado, tuvimos el Quintero Rivera de Conflictos de Clase y Política en Puerto Rico (1977)Solidaridad y Desafío (1982, escrito junto a Gervasio García);Patricios y Plebeyos (1988); y del otro, tenemos el Quintero Rivera de Salsa, Sabor y Control(1998) y el Salsero(2010). Entre ambos periodos percibo un tránsito de lo político como fundamento de lo cultural, a lo cultural como fundamento de lo político, al mismo tiempo que se pasa de la identidad puertorriqueña cerrada en su historia específica y regional, a una identidad amplia, visible gracias en parte al desarrollo del Mercado de la Salsa como elemento brillante de una identidad caribeña que ostenta muchos centros culturales. También es notable en su obra reciente la ausencia de condiciones detalladas que relacionen cultura y clase económica. El historiador nos habla de los orígenes subterráneos de la Salsa al mismo tiempo que de sus estrellas contemporáneas, sin discutir cómo ha variado en el tiempo la posición de clase de los héroes de esa cultura y sus consumidores, por mencionar lo más visible.  En las primeras líneas del primer capítulo de su libro Salsa, Sabor y Control…, Quintero Rivera pone en perspectiva la continuidad de su proyecto de vida, quizás tratando de advertir que ejecuta un giro temático más que una ruptura, cuando decide cruzar desde las fronteras de la Isla y su nacionalismo, hasta las de un Archipiélago imaginario, que como vimos arriba incluye a Nueva York, por sobre los puentes de la música.  

Estrictamente hablando éste no es un libro sobre música. Más bien intenta, a través del análisis de la relación entre la sociedad y sus expresiones sonoras, abordar -desde el Caribe- uno de los grandes temas de las Ciencias Sociales: las sutilezas y complejidades de la dinámica histórica  de las identidades colectivas. ¿Qué significa y cómo se siente ser caribeño? ¿Cómo coexisten -se complementan, se nutren mutuamente, rozan o luchan – diversas maneras de serlo? ¿Sobre qué realidades se basan esas diferencias y sobre cuáles los puentes de identidad compartida? ¿Cómo fueron constituyéndose formas propias de sociabilidad en una región atravesada desde sus orígenes por poderosas fuerzas “externas”… (A. Quintero Rivera, Salsa, Sabor y Control: sociología de la música tropical 1998, 33).

La idea de que la sociedad nace del conflicto entre diferentes perspectivas culturales se atendió en la primera etapa de Quintero Rivera como parte de las desigualdades económicas y entendiendo que las clases no son cosas, sino “… relaciones que surgen  entre los humanos por unas posiciones ya sean compartidas, diferenciadas o antagónicas… (Á. Quintero Rivera 1988, 12)”. Desde esos orígenes influenciados por el marxismo ya se van viendo las ramificaciones, que como representan sus focos temáticos mas recientes, nos sacan de los callejones de la historia de la Isla y sus ciudades, a las consecuencias sociológicas de sus hallazgos históricos regionales. Entiéndase con esto, que de alguna manera Quintero Rivera hoy día se dedica, a través del estudio de la Salsa como fenómeno cultural caribeño, a definir las identidades impuestas por las fronteras del consumo cultural y estas son multinacionales, como muchas corporaciones. Con este énfasis el autor parece invitarnos a considerar la Cultura como una posible fuerza creadora de identidad, como antes pudieron haber sido el trabajo y la relaciones con los medios de producción. 

La Salsa al tener parte importante de su origen en Nueva York y de manos de hijos de emigrantes boricuas entre otros caribeños, permite que la cepa de intelectuales boricuas del 1970, vaya reconociendo la cultura como una fuerza social que empieza a cruzar con sus nuevas identidades imaginarias las antiguas fronteras nacionales igualmente ficticias, creadas por las constituciones burguesas. Por lo tanto, solo parece posible desde la diáspora entender lo que podría significar el Caribeñismo como identidad auto-asumida porque, como diría Tzevetan Todorov, es desde la cultura de la metrópolis que se nos construye la identidad cuando se nos define por contraste como “los otros”. En el caso de Quintero Rivera la diáspora le permite determinar, además de una cultura nacional adicional a la isleña, una identidad más abarcadora que empieza a considerarse caribeña. Si el Caribe como región tiene su propia historia, como bien hila Antonio Gaztambide en su ensayo la Invención del Caribe, también tiene historia su identidad, y la mayoría del tiempo, por no decir siempre, ha sido definida por el alcance del Poder. Todo apunta a que el Caribe no es entendido como foco de una identidad asumida a voluntad hasta que se va construyendo una comunidad de “caribeños” en la metrópolis. Para Quintero Rivera en este contexto, la identidad caribeña tiene como uno de sus más grandes portavoces a la “música tropical”. El Caribe de Quintero Rivera, si de la cultura musical dependiera, quedaría definido por unos límites muy elocuentes.

La música “tropical” (según empleo acá el término) abarca sonoridades principalmente del Caribe hispano; expandiendo este concepto desde su centro – Cuba, la República Dominicana y Puerto Rico-, hasta sus fundamentales “periferias”: Veracruz, Mérida y la capital -el DF- en México; Panamá, Colombia, Venezuela, tal vez Guayaquil en Ecuador y El Callao en Perú, y, definitivamente, la diáspora latino-caribeña en los Estados Unidos -particularmente, Nueva York…[5]

Mientras que en 1988, fundamentado en el marxismo, el autor citaba a Raymond Williams “en su valioso libro, Palabras Claves(Keywords, a vocabulary of Culture and Society, Londres: Fontana, 1976) (Á. Quintero Rivera 1988, 12)”; y a E.P. Thompson, en el tema de la clase y la cultura, ya entrada la década de 1990 se identifica más con la voz de poscolonialistas u orientalistas, como Edward Said y Homi Bhabha y nos advierte desde esa luz, sobre la incapacidad que se ha tenido desde la teorización local, para entender por ejemplo, cómo ha contribuido el Caribe “a la alegría del mundo”.

El mundo  académico contemporáneo, incluso sus sectores más innovadores, aún con toda su proclamada atención al valor de la heterogeneidad, no ha logrado, en términos generales, superar en su práctica el eurocentrismo. En este libro [Salsa, Sabor y Control…] quisiera unir mis esfuerzos a otros tantos de una literatura emergente que en el mundo académico anglófono se ha denominado “poscolonial”, en su intento por desarrollar, en el análisis cultural, una verdadera heterogeneidad de perspectivas: lo que el estudioso Homi Bhabha ha llamado The (re)location of Culture… (A. Quintero Rivera, Salsa, Sabor y Control: sociología de la música tropical 1998, 13-14).

Quintero Rivera desde la cultura como foco consistente en su obra, se mueve de los objetivos históricos de Puerto Rico en tiempo y lugar, a los objetivos sociológicos de la región del Caribe. Su producción académica participa de la evolución del pensamiento intelectual occidental, que en su caso se origina con la conciencia de clase que caracterizó su obra durante las décadas del 1960 y 1970, pero también como consecuencia del éxito de las identidades culturales que impone la metrópolis sobre los miembros de la diáspora. Entendemos que el imperialismo crea la comunidad del exilio y es desde esa comunidad construida junto a la marginación de la colonia y neo-colonias, que nacen identidades amplificadas como las que defiende Quintero Rivera cuando se refiere a la “música tropical” como parte inseparable de la idea del Caribe. Esto nos recuerda a Néstor Canclini cuando decía que “América Latina, como se sabe, fue ‘inventada’ por Europa”, pero también nos ayuda a colocar a Quintero Rivera y su producción más reciente, como la consecuencia inevitable de su propio éxito profesional. 

La desaparición de las fronteras nacionales para los intelectuales que van corriendo los debates académicos, como desaparecen las fronteras nacionales para los músicos y la música exitosa económicamente, es lo que le permite a Quintero Rivera reconocer una identidad Caribeña y considerarse parte de ella. Aquí pienso que es importante advertir que la producción de música “tropical” o a todas éstas también la música “urbana”, así como la discusión respecto a su impacto, responden a los principios del Mercado y por ende a nuestras relaciones de consumo. AQuintero Rivera el tema de la música “caribeña” le consigue el Book Award 2010 de la Puerto Rican Studies Association y el Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña al libro por su obra «Cuerpo y cultura, las músicas ‘mulatas’ y la subversión del baile.”[6]

A manera de conclusión podríamos referirnos a Canclini y la forma en que éste explica cómo es que se convierte un bien local en un bien de interés internacional con la intervención del capitalismo mundial y su mercado. Según Canclini, el consumo determina a los miembros de las comunidades y sus identidades, más de lo evidente. Por lo tanto, valiéndome de su argumento para leer a Quintero Rivera, podría decir que el sistema capitalista visibiliza la Salsa por el éxito de consumo que goza y es dada esa plataforma que provee el Mercado que las culturas de estos sectores marginados pueden empezar a participar del mundo con una identidad autorizada por el Poder. Por lo tanto, sería con el consumo en la metrópolis, de lo que se produce en el Caribe bajo el control del imperio y filtrado por la diáspora, los colonizadores, los medios de comunicación y los turistas, que nos hacemos visibles como caribeños para otros y luego para nosotros.

Esas relaciones de dependencia [con Europa], que en cada periodo implicaron conflictos e hibridaciones, se fueron concentrando a lo largo del siglo XX en los vínculos con los Estados Unidos. Pero este desplazamiento no puede verse como simple cambio de amo. Las modificaciones ocurridas mientras se transitaba de la subordinación europea a la norteamericana en los mercados agrícolas, industriales y financieros, en la producción, circulación y consumo de tecnología y cultura, y en los movimientos poblacionales –turistas, migrantes, exiliados — alteraron estructuralmente el carácter de esa dependencia (Canclini 1995, 14).

El descubrimiento de nuevos espacios narrables y de circunstancias históricas frescas, así como el desarrollo de nuevos objetivos intelectuales desde la Cultura, sin duda deben entenderse en Quintero Rivera como consecuencia de seguirle los pasos ya no a los desplazados o explotados por el sistema económico, sino a los que destacan como exitosos en él. La obra de Quintero es importantísima como ejemplo de valiosos ejercicios históricos, historiográficos y sociológicos, hechos por un puertorriqueño inmerso en los debates intelectuales de su tiempo. Su trayectoria nos pone en contacto directo con formas alternativas de la puertorriqueñidad y con identidades multinacionales desde perspectivas relativamente recientes, dejando mucho más claro cómo es que el poder de las instituciones construye realidades y cómo se produce conocimiento e ideología a partir de la mundialización de los hechos del Mercado.


BIBLIOGRAFÍA

Anderson, Benedict. Imagine Communities.Londres: Verso, 1991.

Canclini, Néstro García. Consumidores y ciudadanos: Conflictos multiculturales de la globalización.Mejico DF: grijalbo, 1995.

Gaztambide, Antonio. «LA INVENCIÓN DEL CARIBE A PARTIR DE 1898 (Las definiciones del Caribe, revisitadas).» UPR Humacao. http://www1.uprh.edu/piehwi/ANtonio%20Gaztambide.pdf (accessed noviembre 26, 2016).

Gervasio García, Angel Quintero Rivera. Desafío y Solidaridad: breve historia del movimiento obrero puertorriqueño.Río Piedras: Ediciones Huracán, 1982.

Lyotard, J. F. La condición posmoderna.Madrid: Cátedra-Teorema, 1989.

Quintero Rivera, Angel. Conflictos de Clase y política en Puerto Rico.Río Piedras: ediciones huracán, 1977.

Quintero Rivera, Ángel. patricios y plebeyos: burgueses, hacendados, artesanos y obreros: las relaciones de clase en el Puerto Rico de cambio de siglo.Río Piedras: Ediciones Huracán, 1988.

Quintero Rivera, Angel. Salsa, Sabor y Control: sociología de la música tropical.madrid: Siglo XXI, 1998.


NOTAS

[1]No se señala a cuál barrio específico se refiere. Néfer Muñoz. Ángel ‘Chuco’ Quintero, ‘doctor’ en la música Caribe.15 DE NOVIEMBRE DE 2015, 12:00 AM http://www.nacion.com/ocio/artes/Angel-Quintero-doctor-musica-caribe_0_1524447568.html

[2]Tomado del Archivo Digital Nacional de Puerto Rico y este de Leyda Vázquez Valdés UPRRP. Ver más aquí: http://adnpr.net/cerep/

[3]Leyda Vázquez Valdés. Algunos apuntes sobre el Centro de Estudios Puertorriqueños (CUNY) y el Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña (CEREP) en la historia de los estudios culturales puertorriqueños. Universidad de Puerto Rico -Río Piedras. Mayo 2010.

[4]Salsa, Sabor, pág. 87.

[5]Salsa, Sabor y Control. Pág. 15.

[6]Datos biográficos de Ángel Quintero Rivera en la página oficial del Centro de Investigaciones Sociales de la Universidad de Puerto Rico recinto de Río Piedras. http://cisupr.squarespace.com/angel-quintero-rivera/


Amado Martínez Lebrón

Trabajo Plástico, Conceptual y Escrito