El retrato del imperio en su dibujo del colonizado.

Lectura crítica de una selección de opiniones estadounidenses, sobre los habitantes de los territorios arrebatados a España tras la guerra del 1898.

Amado Martínez Lebrón



INTRODUCCIÓN

Del lado izquierdo, el USS Maine entrando a La Habana. A la derecha, el mismo barco destruido y a medio hundir
en ese puerto de la Isla. En la historiografía dominante la explosión del Maine se convierte en el detonante de la guerra entre España, EEUU y Cuba en el 1898.

Tras su victoria en la guerra hispano cubana estadounidense del 1898, también conocida como Guerra Hispanoamericana, el gobierno de Estados Unidos se da con la tarea de encontrarle algún beneficio económico a los territorios que le arrebata a España. Sin embargo, al menos Cuba, Filipinas y Puerto Rico, eran desde antes del conflicto bélico, objeto del debate intelectual en los Estados Unidos. Con el triunfo del imperialismo estadounidense en la región, se disparó la conversación, que se hizo visible en la prensa, en los espacios gubernamentales, en los medios relacionados a los mercados económicos y de forma significativa, en los tribunales.


En el contexto de la guerra, pero también antes y después, se manifestaron en las esferas de poder estadounidense, una serie de opiniones, algunas de ellas en conflicto, que fueron postulando nuevas formas de pensar sobre los territorios conquistados, así como de sus habitantes. No fueron pocos los miembros de diferentes sectores de las élites de Estados Unidos que empezaron a explorar los territorios y a publicar relatos de viaje o crónicas relacionadas a las regiones, sus culturas y su gente. Especialistas visitaron los territorios e hicieron mediciones, mapas, censos, y con estos datos, pero también montados en los prejuicios que arrastraban, empezaron a especular militar y económicamente con lo que entendían como nuevos recursos del imperio. El lugar común de todas las opiniones sobre los territorios, que entraron al ruedo político, y que aseguraban representar los mejores intereses del sistema estadounidense, era la necesidad de establecer una política que funcionara como guía para éste y futuros casos, en donde el gobierno se viera obligado a practicar su imperialismo.

James Monroe White House portrait 1819.


Parte del debate y las tendencias dominantes al respecto, se habían empezado a dejar claras con lo que se dio en llamar la Doctrina Monroe, en honor al presidente James Monroe (1758 – 1831), articulada desde temprano en el siglo XIX, y que establecía que la presencia europea en América se entendería como un acto de guerra contra los Estados Unidos. Esta doctrina se convirtió, gracias al poderío militar estadounidense, en un claro reclamo de autoridad sobre todas las américas. Tras la invasión del 1898, y el gobierno militar que impuso, ya específicamente en Puerto Rico, se presentaron importantes debates legales y políticos en Estados Unidos, que reprochaban la cultura española visiblemente, y que construyeron argumentos para su rechazo, como parte de la propaganda de guerra en la metrópolis y desde los intereses económicos de sus clases dominantes. En ese proceso se crearon retratos de los individuos que serían colonizados, que en muchos casos terminaron deshumanizándolos, facilitando de esta manera, la creación de leyes de explotación, así como la fabricación de justificaciones para las desventajas económicas y sociales que buscaban. El supremacismo estadounidense y su “destino manifiesto”, alimentaron las opiniones que desembocaron tras el expansionismo continental, en el reclamo de otros territorios. Por ejemplo, es la cultura imperialista y supremacista la que concibe casi unilateralmente la ley Foraker o ley orgánica del 1900, en donde se organizó el gobierno civil de Puerto Rico tras el estado militar impuesto desde el 1898.

El estado militar fue una toma de poder implacable en donde el gobierno estadounidense expropió tierras, devaluó la moneda, quebró negocios y bancos locales, e impuso a la fuerza una estructura de ley y orden que incluyó nuevos valores culturales, como la libertad de culto y la desegregación por género en las escuelas, entre otras propuestas secularistas adelantadas por organizaciones obreras, anarquistas, socialistas y feministas. Si bien se asocia con la cultura estadounidense, las tendencias liberales tuvieron sus versiones hispánicas, pero la censura católica en su monopolio religioso fue despiadada, por lo que empezaron a tomar auge y a adquirir visibilidad, cuando se vieron protegidos por la ley, gracias en parte, a la secularidad impuesta por el nuevo estado. Tras el gobierno militar se impuso la Ley Foraker que se caracterizó, sobre todo, por su perspectiva tutelar. La ley, vale subrayar, se implementa como parte de un proceso que en Puerto Rico fue fundamentalmente pacífico, comparado con otros territorios. Pero si bien no hubo en la Isla una gran resistencia militar o política, la hubo hasta cierto punto culturalmente, lo que llevó al gobierno estadounidense a reconocer nuestra particularidad y a tratar en algunos casos, de negociar algunas prácticas políticas.

Subrayando que nos veían con una luz negativa y desde una posición de superioridad, los prejuicios estadounidenses describieron a una cultura puertorriqueña que era diferente a la hispana peninsular, pero sobre todo, a la de ellos. La ley Foraker fue la legalización en el Congreso, de una relación de desigualdad. Se encontraba sumida en el discurso tutelar, y se caracterizó por ser un proyecto de explotación colonial, que veía a los nativos como recursos inferiores por disciplinar.  La ley privaba a los colonizados del acceso a los derechos defendidos por la constitución estadounidense porque no eran dignos de ser considerados ciudadanos y porque la constitución “no seguía a la bandera”. Este periodo se caracterizó por la popularidad que tomaron en las discusiones de los centros de poder de importantes comunidades intelectuales, el darwinismo social, el “constitucionalismo teutónico”[1], la xenofobia, el debate militar y los primeros despliegues del poder obrero.

Casi dos décadas más tarde, con la ley Jones del 1917, se perpetúa la relación colonial pero esta vez con la suma de la ciudadanía estadounidense y la creación de un Senado que, junto al cuerpo de representantes de la cámara, que operaba desde el gobierno militar, ampliaron la participación de los locales en el modelo político colonial. El “modelo tutelar”, cuando se describe mencionando que incluyó la explotación de trabajadores, de tierras y de privilegios, en beneficio de las corporaciones estadounidenses, deja de sonar como una mentoría y se parece más a lo que fue: un sistema diseñado para la extracción de riquezas. El plan de desarrollo para la formación de un gobierno propio en Puerto Rico estuvo mínimamente basado en una imagen del puertorriqueño que se construye para demostrar que era inferior a los estadounidenses, dentro de los estándares del modelo de desarrollo económico y político del capitalismo. En otras palabras, lo que los estadounidenses definieron como nuestras debilidades fueron en su mayoría aspectos culturales que le eran incompatibles, o que dificultaban la aceptación, de los valores del capitalismo imperialista. 

La extensión de la ciudadanía a los puertorriqueños con la ley Jones fue considerada por muchos como un intento de desalentar la lucha por la independencia. Sin embargo, la ley Jones, debe dejarse medianamente claro, se propone en el contexto de la Gran Guerra, que incluyó a la revolución bolchevique en Rusia (1917), que fue obrera, socialista y atea. En ese momento se extendieron a la Isla algunos derechos constitucionales en lo que se puede entender como una movida oportunista, con el fin de ampliar los ejércitos militares, pero también los de los trabajadores. Con la ley Jones se concede la ciudadanía americana a los puertorriqueños, pero es una ciudadanía de segunda clase si se compara a la que gozaban los hombres blancos en el continente, y en nuestro caso, limitada por el accidente de habitar un territorio. Al menos en teoría, pues el racismo y el machismo provocaban otros tipos de desigualdades en el continente, la ciudadanía estadounidense que era de segunda en Puerto Rico podría ser redimida en su totalidad con solo mudarse a la metrópolis.

Puerto Rico Ilustrado,1917. Ver más aquí.

No es hasta el 1948, que Puerto Rico puede elegir un gobernador, pero nuevamente, se invierte en la Isla y se habla de democratizar como una estrategia para mitigar la desigualdad política y debilitar la lucha antiamericana en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Carmen I. Raffucci, en su historia del Senado de Puerto Rico, describe la nueva participación como:

…estrechamente vinculada a las exigencias y necesidades estratégico-militares y económicas de los Estado Unidos a fines del siglo XIX, ´proyecto´ concebido por las altas esferas del gobierno sobre la función de las islas arrebatadas a España en 1898, y a la visión que sobre los habitantes de éstas fueron labrando influyentes ideólogos de la política norteamericana.[2] 

Si bien la opinión estadounidense ponía en duda las aptitudes de los habitantes de las islas conquistadas, para la tradición hispana teníamos una identidad propia, pero además, capacitada para administrar su estado y modelar su propio gobierno. La opinión española sobre los puertorriqueños se puede reconocer en la tramitación del proyecto de autonomía planteado en el 1897 por el gobierno español, y que se conoció como la Carta Autonómica de Puerto Rico, que junto a la de Cuba y su resistencia militar de años, sedían poder político a lo que llamaban en la península los “territorios de ultramar”.

La cultura imperialista de los Estados Unidos, así como sus normas políticas respecto a los territorios conquistados, se fueron debatiendo de forma continua en los tribunales. Los casos insulares, por ejemplo, hacen referencia a una serie de decisiones del Tribunal Supremo de Estados Unidos que desde el 1901, han sido responsables en gran medida, de imponer sobre los ciudadanos de las islas conquistadas, una condición de inferioridad ante la ley. Las desventajas van siendo institucionalizadas paulatinamente a partir de una serie de decisiones del Tribunal Supremo en casos financiados por grandes intereses económicos. Entre muchas otras cosas, la falta de derechos constitucionales en los territorios conquistados garantizó que las corporaciones pudieran ignorar todas las leyes laborales y de derechos humanos, que se irían ganando en Estados Unidos con los movimientos obreros, así como con las luchas raciales y las de las mujeres.

Los pleitos que llegaron hasta el Tribunal Supremo, sobre asuntos insulares, permitieron adelantar la idea de que era justo ofrecerles un trato diferente a los pobladores de las Islas, ya fuera argumentando la inferioridad de su raza, la incompetencia de su cultura o el privilegio sin tapujos. Esto era posible como un eco de la expansión estadounidense hacia el oeste, la guerra contra México, el genocidio de nativos americanos, la segregación racial y las leyes de Jim Crow. Sin embargo, el interés que subyace a la mayoría de las caracterizaciones de los conquistados hechas por las élites imperialistas estuvo relacionado al fin de explotar económicamente nuevos recursos y abrir nuevos mercados, incluyendo el militar.


Los territorios insulares ocupados por Estados Unidos tras la guerra del 1898 incluyeron a Las Filipinas, Cuba, Guam, las Marianas y Puerto Rico. Sus respectivos estatus se definieron originalmente en un acuerdo de paz que se conoció como El Tratado de París, firmado en el 1900 entre España y Estados Unidos, y que establecía los términos del relevo de imperios. Sin embargo, la isla de Cuba reclamó su independencia con la guerra casi inmediatamente, mientras que Puerto Rico, y las Marianas, (archipiélago en el Océano Pacífico con un área de 464 km2, o el equivalente a poco más de tres veces el tamaño de la isla de Vieques), quedan descritas en el Tratado de París como dominios cedidos a Estados Unidos. En el caso específico de las Filipinas, Estados Unidos tuvo que pagar 200 millones de dólares a España. Es importante subrayar como una diferencia importante, que los filipinos enfrentaron a los estadounidenses militarmente, y su resistencia les proveyó otro proceso que definió su soberanía desde un balance de fuerzas diferente al de los cubanos, los puertorriqueños, así como al de los nativos de las demás islas o archipiélagos que estuvieron involucrados en la guerra. Los casos insulares, por lo tanto, se refieren desde el 1901 a situaciones relacionadas con las Islas Marianas, Guam, las Islas Vírgenes estadounidenses y Puerto Rico, como territorios organizados y a Samoa como territorio no organizado, pero, sobre todo, como procesos que no estuvieron mediados por la guerra o la búsqueda de algún acuerdo de paz en la región.

Archipiélago de las Marianas y la Isla de Guam en el pacífico.


En los territorios cedidos, los mismos que se discuten en los casos insulares, no existieron poderes nativos (organizaciones políticas y/o militares) con la capacidad para exigir en igualdad de condiciones, alguna negociación con el imperio, como ocurrió en Las Filipinas y en Cuba. En el caso particular de Puerto Rico se impuso el gobierno que quiso Estados Unidos, prácticamente sin contienda, al menos hasta que empezó a enfrentar al movimiento obrero organizado y al nacionalismo, a partir de la década de 1930. Los casos insulares iniciaron con demandas relacionadas a empresas privadas, como lo fueron: Dooley v. United States; Downes v. Bidwell y De Lima v. Bidwell, y que pautaron la norma sobre el cobro de impuestos y aduanas, estableciendo en el caso de Puerto Rico, una categoría colonial basada en una relación para la explotación económica.

Con los pleitos se definieron también algunos aspectos de la obligación constitucional que Estados Unidos tenía con las empresas y los negocios metropolitanos en las islas conquistadas. Se define además, ya en los primeros dos años del siglo XX, el estatus de Puerto Rico como el de un territorio que pertenece a Estados Unidos, pero no es parte de los Estados Unidos. Según el “Magistrado Brown…» 

…se insiste seriamente por parte del Gobierno en que jamás pudo haber sido la intención del Congreso el admitir a Puerto Rico en una unión arancelaria con los Estados Unidos; que, si bien la isla puede ser hasta cierto punto territorio nacional (domestic), continúa sin embargo en la condición de «país extranjero» con arreglo a las leyes arancelarias, hasta que el Congreso la incluya en el sistema general de rentas. [3]  

Con los casos insulares se van definiendo los términos jurídicos de las colonizaciones estadounidenses, negándole derechos civiles vigentes en la metrópolis, a las personas nativas de los territorios invadidos y creando, o manteniendo, los privilegios corporativos de las empresas. Desde entonces, la relación de colonialismo convirtió a los nativos de las islas invadidas en trabajadores disciplinados, diestros y baratos, en condiciones especiales de desventaja frente a los patronos. Impusieron leyes contra la vagancia, y hasta penas de cárcel para los hombres sin amos, garantizando la fuerza laboral para las corporaciones estadounidenses. Las decisiones de los tribunales ayudaron a confeccionar una identidad colonial basada en los intereses de las grandes corporaciones fruteras y azucareras, mayormente, mientras privaban a los nativos de las protecciones y derechos de los ciudadanos estadounidenses, que van desde las leyes sobre el salario mínimo, hasta las que eventualmente crearon los planes de beneficencia para mitigar la pobreza, entre otros.

Los casos insulares llevaron al alto foro legal debates sobre territorialidad y comercio, pero también sobre las aplicaciones de los derechos constitucionales. Sin embargo, como bien lo describieran Christina Duffy Burnett y Adriel I. Cepeda Derieux, toda postura estaba condicionada a los intereses del sistema económico de explotación imperialista. Los casos insulares establecieron: 

…que la Constitución no sigue a la bandera a las islas anexadas por Estados Unidos luego de la Guerra Hispanoamericana, los Casos Insulares le prestaron autorización judicial al programa imperialista estadounidense. Lo hicieron, se argumenta, de dos maneras: otorgándoles pocas protecciones constitucionales a los nuevos territorios y, a la misma vez, negándoles la promesa de estadidad.[4] 

Entre las diferentes posturas que asumieron las élites, además de las que expresaron sus intereses económicos obvios, estuvieron las que se expresaron en solidaridad con los habitantes invadidos. No obstante, estas posturas fueron silenciadas ante la popularidad que adquieren las que menospreciaron a los nativos, porque demostraban ser vitales al momento de justificar los privilegios que buscaban las corporaciones. Así, por ejemplo, lo describe claramente en el 1920, Pedro Capó Rodríguez, un historiador, abogado y puertorriqueño, que ilustra el racismo del gobierno estadounidense, cuando dice:

Y era que los habitantes de las Islas Filipinas no estaban a la altura de las instituciones americanas. Era que al pueblo americano repugnaba la idea de que las hordas salvajes de las Filipinas pudieran llamarse ciudadanos americanos. Era que no debía permitirse a estas tribus que entraran a los Estados Unidos y constituyeran una parte integrante e influenciaran la vida política social y económica de este país altamente civilizado…[5] 

Con la popularidad que adquieren los intereses de expansión, se convierten en posturas institucionales las ideologías coloniales y racistas, que se pueden reconocer claramente en los casos insulares. En el caso específico de Puerto Rico, los casos insulares hasta la fecha de este escrito continúan formando parte importante del cúmulo ideológico y político de razones, que justifican las diferencias de derechos entre los habitantes de la colonia y la metrópolis.  Los bajos salarios, la explotación económica de los ecosistemas locales, y la falta de acceso a servicios federales de beneficencia social responden a la declaración de una desigualdad inherente a la raza que se perpetúa cuando se asume la legitimidad legal de los casos insulares. En el espíritu racista se construyó la imagen de los puertorriqueños cuando, por ejemplo, en el caso Downes v. Bidwell de 1901 se decía: 

Es obvio que en la anexión de las posesiones periféricas y distantes habrán de surgir serias preguntas por las diferencias de raza, hábitos, leyes y costumbres de los pueblos, así como por las diferencias en suelos, climas, y producción, las que podrán requerir alguna acción por parte del Congreso que de otro modo hubiese sido innecesaria si la anexión se tratase de territorios contiguos habitados solamente por pueblos de la misma raza o por cuerpos dispersos de indígenas nativos.[6] 

Si bien parecería que trataron de describir el choque cultural entre dos pueblos distintos, como un fenómeno espontáneo y natural, el Congreso es quien tiene la última palabra. Pero sobre todo, debe entenderse que el choque de culturas en este caso, solo puede ser planteado como una consecuencia inevitable del interés de explotación económica de un territorio recién adquirido, y en el marco de una evidente desigualdad de fuerzas entre las partes involucradas. La raza se convierte en un problema para el sistema dominante cuando se encuentra en el proceso de controlar al otro, y esto ocurre cuando lo domina económicamente, o cuando lo derrota en una guerra. El espíritu de conquista estadounidense no era nuevo, se había construido como parte de una tradición de expansionismo que ha caracterizado a todos los imperialismos históricos.

El imperialismo hispano expulsó a moros y judíos de la península ibérica, mientras que en América aniquiló y esclavizó primero a indígenas, y luego a africanos secuestrados. La idea de deshumanizar o infantilizar a otros, con el fin de explotarlos, o entiéndase, con el objetivo de garantizar el privilegio de unos sobre otros, es un fenómeno que se ha repetido históricamente desde que los primeros autoproclamados portavoces de los dioses exigieron retribución a cambio de aplacar la ira de estos y se constituyeron las primeras sociedades de clase. Dentro del libreto del expansionismo imperialista histórico, para ocupar y reclamar tierras y riquezas ajenas, ha sido siempre imprescindible derrotar a otras culturas, muchas veces hasta el genocidio, construyendo en el proceso argumentos que ilustren su inferioridad o hagan visible su peligrosidad. Para los sectores dominantes de Estados Unidos el supremacismo racial justificaba todas sus acciones expansionistas, porque se entendía que era evidente su derecho a conquistar, precisamente por la capacidad que tenían de aniquilar a los que se resistieran. El supremacismo tenía sentido para la cultura estadounidense porque sus dioses le daban permiso de matar a quienes se opusieran a su persecución de la felicidad (propiedad). En la sociedad estadounidense se generalizó el repudio a las diferencias raciales como parte fundamental de su nacionalismo. Se asumen las diferencias raciales y culturales como justificaciones de conquista y explotación porque fueron las cualidades más visibles y porque resultaron ser útiles al momento de crear discursos de desigualdad a conveniencia.

Con los elementos del racismo institucional galvanizados durante el expansionismo continental de Estados Unidos, fue que se construyeron los conceptos, ideas y representaciones que una vez adaptadas, se usarían para referirse a los pobladores de las tierras conquistables, fuera del continente. En el caso particular de los territorios hispanos que tomaron los estadounidenses tras el 1898, como apuntaré más adelante, la ideología imperialista se vio obligada a construir un importante proyecto secularista, para encubrir el discurso anticatólico. Pero igualmente, el sistema de conquista estadounidense usó la ciencia, los derechos liberales, los deportes, así como la promesa de la propiedad privada y el consumo, como claros mecanismos de conquista.

Con este escrito busco hacer una representación general de algunas perspectivas histórico-culturales, que caracterizaron al gobierno de los Estados Unidos en su proceso de describir a los habitantes de los territorios que ocuparon tras la guerra hispano-cubano-estadounidense del 1898. Para eso me apoyaré en una muestra escogida de la historiografía que ha manifestado el asunto directa o indirectamente. Una mirada general a la bibliografía disponible sobre el tema fácilmente resulta en la impresión de que existen tantos acercamientos y puntos de vista, como autores y sujetos históricos se hayan reconocido en ese periodo, así como de las regiones y fuentes desde donde se hayan entablado las discusiones. Sin embargo, en el fondo todo se reduce a la necesidad de facilitar y maximizar la explotación de los territorios y lo que llamaron sus recursos. La visión histórica del nuevo imperio respecto a los conquistados, se caracteriza en la historiografía del tema por los debates sobre raza, género, religión, nacionalidad, e identidad, o condicionada a diferentes fuentes documentales incluida la literatura de ficción, la ciencia[7], la prensa periódica, e inclusive la fotografía[8] y la pintura.[9] Pero, la mayoría de las posturas se forman con los intereses que creó el sistema capitalista en plena etapa expansiva y de la necesidad política de negar los valores asociados con la cultura hispánica, que en el momento, se definía como una traba en el discurso del desarrollo estadounidense.

La diversidad de voces relacionadas al tema del retrato del colonizado hecho por los colonizadores en la historiografía, refleja en parte la variedad de choques culturales que hubo entre la cultura hispana y la estadounidense, o al menos la que quedó visible en diversos documentos producidos en la metrópolis. La cultura estadounidense dominante, se encontraba en negación activa de los valores y tradiciones hispanas, como lo demuestra su lucha contra la Iglesia Católica, que se convierte en una fuerza antagónica para Estados Unidos. El discurso secularista que trajo a la Isla el gobierno estadounidense, justificó el enfrentamiento entre éste y la Iglesia Católica en los tribunales, en procesos de desamortización de propiedad, que ayudaron en la desarticulación del poder económico de la Iglesia, y favorecieron la entrada de nuevas religiones al territorio.

La secularidad de los Estados Unidos fue más que nada una visión económica y de mercado, que se caracterizó por su origen protestante y sus premisas anticatólicas. El gobierno articuló la libertad de culto para abrirle el mercado de las almas a las iglesias protestantes en las nuevas poseciones y en el proceso se valió de discursos culturales secularistas, incluidos los científicos, para imponerse social y políticamente. El proceso de construir la imagen del “otro”, obedeciendo a los dictados de un sistema económico en desarrollo, se dio como en muchos otros territorios conquistados por el mundo,  tras el choque violento entre culturas con historias diferentes, pero también bajo los efectos de la disuasión, la persuasión y la seducción.[10] 

Si bien se puede concluir que  la cultura que resulta del imperialismo benefició a los que manejaron el poder económico, muchas veces los intereses de la metrópolis se asumieron como beneficiosos para las colonias, logrando que los invadidos asimilaran aspectos culturales extranjeros que en algunas ocasiones beneficiaron a sectores oprimidos, pero en otros, fueron contrarios a sus intereses,[11] como cuando se usaron para justificar el rol inferior de los puertorriqueños en la distribución mundial del trabajo y las riquezas.[12] El gobierno estadounidense, además de la ideología cultural discriminatoria misma, tras el racismo, el machismo y la homofobia, fomentó la idea de que los mecanismos de discrimen tenían razones u orígenes ajenos a los intereses propios del capitalismo. En muchas instancias el distanciamiento manufacturado, entre el interés económico y la creación de cultura, se reflejó en la investigación histórica, y por eso fue difícil, al menos hasta finales del siglo XX, ver relacionado el éxito del imperialismo con fenómenos como el deporte, la religión, la salubridad, la literatura, los clubes sociales, los movimientos liberales, la tecnología y la ciencia, aunque hubieran sido herramientas claras de la conquista.

Lo que el marxismo llamó “the universalizing tendency of capital”[13], y el “fetichismo de la mercancía,”[14] ayudan a describir cómo el poderío de la economía estadounidense, evidente en su aparato militar y su apetito imperialista, imponen y generalizan representaciones culturales que se derivan de su interés en perpetuar la explotación. El marxismo afirma, por ejemplo, que las fuerzas económicas imponen muchos de los límites que tienen las manifestaciones y eventos culturales. Esto se confirma en el tema que discuto aquí, cuando se puede reconocer cómo se elaboró una cultura racista adaptada a la cultura puertorriqueña en específico, como consecuencia del proyecto expansionista, y no al revés. En otras palabras, los intereses económicos son los que han construido el racismo histórico, así como el divino, con el fin de poder tener formas de justificar sus privilegios de acumulación de riquezas, el uso de la fuerza y el beneficio económico unilateral, en una relación de explotación.

La invasión además de ser militar, entiéndase por la fuerza, se apoyó en nuevos fenómenos culturales, producidos y administrados por las élites económicas, y que funcionaron como propaganda de los valores del sistema económico que impusieron. Con el deseo de explotación, también inauguraron nuevas variedades de prejuicios que confirma cómo los intereses económicos anteceden a la creación de ideologías y promueven el desarrollo en este caso, de los discursos discriminatorios. Mucha de la ideología racista tenía una legitimación, primero económica y luego religiosa, específicamente elaborada por la tradición del cristianismo protestante, enemiga acérrima del catolicismo,[15] pero también tuvo la novedad de que se valió de la Ciencia para legitimar y autorizar su rol de invasión y de conquista. 

El conocimiento producido por la comunidad científica dominante, y sus criterios seculares, alimentaron un discurso cultural que le facilitó al gobierno estadounidense manufacturar justificaciones que le ayudaron a controlar a los invadidos, sin la necesidad de debatir sobre religión. En la Isla se institucionalizó la “medicina tropical” y se describieron las cualidades de lo que se denominó como la “degeneración” de los nativos a esa zona,[16] como consecuencia de una representación médica, que fue importada con la invasión y que adaptaban al nuevo fenómeno local, los prejuicios históricos del supremacismo blanco.

El fin de este ensayo sería caracterizar lo que aparenta ser un cúmulo de visiones histórico-culturales dispersas, manifestadas por las élites estadounidenses sobre los habitantes de los territorios arrebatados a España tras la guerra del 1898, según una selección de la producción historiográfica sobre el tema, para hacer evidente la relación que existe entre la cultura metropolitana dominante y la explotación colonial, y así ayudarnos, como ciudadanos de un país colonizado, a vincular nuestras desventajas económicas y políticas actuales, con los intereses históricos del capitalismo imperialista estadounidense.  

El perfil historiográfico del choque entre invasores e invadidos   

Para empezar, podría citar a Laura Náter cuando discutió la historiografía alrededor del tema del 1898 en Puerto Rico, y propuso sus límites generales, citando a Edward Berbusse y a Lyman J. Gould, entre otros. Según estos miembros de las élites, en el gobierno estadounidense existía un discurso basado en una visión cultural que “albergaba en sus corazones solamente los intereses de los isleños…” y que fueron los “líderes republicanos congregacionales, que actuaban en beneficio de la protección y del partido Republicano,”[17] los que avanzaron los intereses que eran desfavorables para los puertorriqueños. Si bien se han escrito historias que argumentan el perfil paternalista del imperialismo estadounidense, tratando de disminuir el rol de explotación que jugaron sus clases dominantes, la visión cultural que sostiene y motiva las decisiones y acciones de su gobierno estuvieron asociadas desde el principio con las políticas supremacistas atizadas por el capitalismo imperialista.[18]  El discurso cultural del gobierno estadounidense venía atado a una serie de ideologías acuñadas por el éxito que representó el proyecto racista en el desarrollo histórico de su nación, dentro del mercado internacional.

Puerto Rico, Cuba y Filipinas, fueron objeto de ataques militares, pero además enfrentaron invasiones desde múltiples trincheras culturales que tenían su nicho de poder económico y que incluyeron a las religiones, pero también a la ciencia, y que fomentaron la aculturación con el deporte, pero también con el liberalismo burgués, el feminismo y la lucha obrera. Entre las caracterizaciones que ha hecho la metrópolis sobre las sociedades invadidas, con el fin de imponerse sobre ellas, y por mencionar una de las que me parece más inquietantes, se encuentra la representación de la vagancia como una cualidad biológica y cultural reprobable.

En un artículo reciente (ver aquí), José Anazagasty Rodríguez analiza los discursos sobre Puerto Rico a raíz de la Guerra Hispanoamericana. Armado con las ideas de Rosseau (de que los humanos en su “estado natural” no tenían que trabajar, que vivían dedicados al ocio en un ambiente de abundancia) Anazagasty nos muestra cómo los autores estadounidenses (del cambio del siglo 19 al 20) recalcaron la ociosidad, el retraso de los puertorriqueños y la exuberancia natural de la recién adquirida colonia.


Mabel M. Rodríguez Centeno

La vagancia del colonizado se define siempre desde la perspectiva de un amo que pretende disponer de personas que describe como recursos que no cooperan, o en términos directos, como riquezas hostiles. Se construyó en la cultura capitalista estadounidense la historia de las deficiencias de los invadidos con el fin de superar escollos que dificultaban su explotación. Así se elevó a un nivel de virtud el trabajo duro y la explotación de los recursos naturales, incluyendo a las personas, poniendo como valor supremo y absoluto la finalidad del lucro, y castigando el ocio. Sin embargo, en términos concretos, el ocio no era otra cosa que la negativa de los habitantes a ser insertados a la fuerza en la maquinaria de producción privada impuesta por el sistema económico de explotación capitalista. La vagancia, denunciada idéntica por Íñigo Abbad y Lasierra ya desde el 1788, vinculándola a la cultura taína y hablando desde su ojo empresarial hispano, no me parece que define al colonizado como pretende, sino que desde la perspectiva del oprimido que defiendo, sirve mejor para caracterizar al invasor como un especulador que está tratando al nativo como un medio para un fin, convirtiéndolo en el proceso, en una propiedad explotable: en un bien de uso privado, en un sujeto que en lugar de ser para sí, existe siempre y cuando, opere en beneficio del poder que le es ajeno.

En Estados Unidos igualmente se definió y se condenó la religión católica de los habitantes históricos de los territorios como una superstición, para afirmar y adelantar la secularidad que favoreció los negocios del protestantismo, pero como he sugerido varias veces, también se esgrimió el discurso cientificista, y se alentó la lucha por los nuevos preceptos de la libertad burguesa. Se han discutido, por ejemplo, en la historiografía contemporánea relacionada al tema de la colonización, conceptos sobre la masculinidad que reclamaron los principios científicos, como se hizo en su momento con las razas, para garantizar la formación futura de soldados en los territorios conquistados. Igualmente, se han hecho investigaciones que han relacionado el sufragismo y el feminismo con la influencia estadounidense en los territorios, y se han descrito como eventos que han facilitado la colonización, perpetuado nuestra desigualdad frente a la metrópolis. Se han investigado los movimientos salubristas, la educación y hasta la inteligencia, y se han vinculado al discurso de la superioridad racial con retórica científica. Se ha escrito la historia de los “hombres fuertes”, asociado con el cristianismo imperialista de la YMCA, y se ha definido la hispanidad, entre otras culturas conquistadas, como una sociedad de hombres afeminados e inaptos, con el fin de generar tanto la idea de inferioridad del colonizado como la necesidad de una intervención imperialista.


Sin embargo, sobre todas las caracterizaciones, la cultura dominante en el imperio estadounidense definió a los conquistados apoyada en los valores asociados con la producción, el progreso, el éxito de mercado y la modernidad capitalista. Estos temas empiezan a tener visibilidad historiográfica a finales de la década de 1980. Anterior a este período, los debates y las perspectivas culturales que Estados Unidos desarrolla y manifiesta en el proceso de conquista no parecen tener representación diferenciada en la investigación histórica. Parte de la razón para su ausencia, podría ser que la historiografía producida en los territorios arrebatados a España, y hasta finales del siglo XX, escribió el pasado usando fuentes mayormente regionales y españolas, y no se habían explorado todavía los documentos producidos por estadounidenses.

Tal vez se pueda relacionar la falta de fuentes estadounidenses en la historiografía puertorriqueña durante gran parte del siglo XX, con la barrera del idioma, la desigualdad político-cultural o inclusive con una hispanofilia intelectual que caracterizó a muchos de los pensadores locales durante gran parte del siglo XX. Quizás, y como discutiré más adelante, podría deberse al tiempo que le tomó, gracias en parte al éxito de la colonización, a los puertorriqueños para poder insertarse en los debates de las academias estadounidenses. Sin embargo, y aun cuando no pueda referir a una sola causa como razón de esta ausencia, el uso de las fuentes estadounidenses empieza a darse con fuerza a finales del siglo XX. Entre los primeros acercamientos que he podido identificar, que trabajan el tema de la opinión de las élites de Estados Unidos sobre la cultura de los conquistados, se encuentran los trabajos de Winfred Lee Thompson,[19] un abogado y político estadounidense que construyó la idea de la “ley americana” describiéndola precisamente en virtud de su choque con las culturas de las Filipinas y Puerto Rico y desde los debates que provocó en su cúpula, “the future of the United States as a colonial power.”[20] 

Thompson, quien durante su carrera se desempeñó como consultor del gobierno estadounidense, caracterizó el perfil cultural imperialista valiéndose de la teoría de la dependencia, apoyándose en las leyes, así como en las discusiones que motivaron en las élites americanas la legalidad de las invasiones, principalmente en las Filipinas, pero también en Puerto Rico y en un menor grado, Cuba. Thompson en su investigación, es uno de los primeros en describir el proyecto cultural e imperialista del gobierno estadounidense desde las voces de sus agentes. La investigación de Thompson se escribe en inglés y es una disertación doctoral para la Universidad de Chicago defendida en el 1987. El dato es importante para entender que la reflexión de Thompson participa más de la historiografía estadounidense que de la filipina o la puertorriqueña, aunque trate sobre éstas. Aún así, valiéndose de transcripciones de vistas senatoriales, comisiones gubernamentales, casos en la corte suprema, entre otras fuentes, Thompson reconstruye un perfil cultural del imperialismo estadounidense que abarca varios territorios, lo que permite hacer generalizaciones sobre la ideología tras su proceso de conquista, pero también nos ayuda a establecer las diferencias en el trato por regiones. Desde esta perspectiva, Thompson estudia el caso de Filipinas y Puerto Rico, haciendo referencia a una tradición legal que tuvo una discusión pública sobre el imperialismo, en Estados Unidos. 

Ralph Lee Woodward, Jr., reflexionando sobre la investigación de Thompson, señala: “The imposition of United States legal procedures and standards to the former Spanish dominions was among the most ambitious and influential aspects of the cultural imperialism that accompanied their transition to U.S. rule.”[21] El acercamiento de Thompson por lo tanto, es también un argumento político cuando entre otras cosas, hace evidente la desigualdad jurídica que provocó la intervención estadounidense tanto en el Caribe como en el Pacífico, desde lo que llamó el “cultural imperialism”. Su historia del discurso que se usó para justificar la conquista, basándose en fuentes jurídicas, define claramente la visión estadounidense como una fundamentada sobre la idea de la superioridad moral, derivada del éxito económico.

Para la historiografía puertorriqueña, sin embargo, el tema de la opinión del imperio estadounidense respecto a los territorios conquistados tras la guerra del 1898, podría encontrar sus primeras manifestaciones formales a finales del siglo XX, durante la década de 1990, cuando se empieza a relacionar en la Isla la cultura del cristianismo protestante con la del imperialismo estadounidense. Tanto Samuel Silva Gotay en su investigación sobre política y protestantismo en Puerto Rico;[22] como Mayra Rosario Urrutia, [23] han identificado el protestantismo estadounidense como un importante elemento de la visión cultural tras la invasión. La perspectiva religiosa les permite a los autores citados decir que la invasión fue también religiosa y con agenda misionera, buscando rescatar las almas perdidas del catolicismo. Silva Gotay específicamente, con su interpretación del protestantismo misionero y apoyado en los documentos que generaron estos, narra el proceso de conquista estadounidense como uno apoyado firmemente en el discurso protestante, relacionando esta religión, claramente influenciado por Max Weber, con el proyecto económico capitalista.[24]

De otra parte, Ellen Walsh, en su investigación del 2008, además de establecer que el protestantismo misionero fue un acto concertado en contra de la tradición religiosa de Puerto Rico, reconoce también cómo la población local afectó ese proceso, que según su narración se caracteriza por la negociación. Walsh argumenta además, que la cultura religiosa como parte de la conquista, “…in addition to its disciplinary aspects, […] had emancipatory effects, including an expansion of the public sphere in terms of content and participation, and the introduction of new social and occupational roles for women.”[25] En el sentido que lo expone Walsh, por lo tanto, las fuerzas culturales en el imperio tienen la cualidad adicional de que asumen la tarea de promover mejores condiciones sociales para las mujeres. Desde la perspectiva de Ellen Walsh, Estados Unidos se caracteriza como promotor de una liberalización en los roles de género, que permiten asociar la visión del sistema imperialista con la cultura del feminismo y las luchas sufragistas, que tuvieron importantes manifestaciones en la Isla a principios del siglo XX. [26] Para Walsh, la invasión estadounidense le otorgó nuevos roles a las mujeres cuando extendió la educación escolar a las niñas y cuando abolió la segregación de género en las escuelas.  

No es hasta las últimas décadas del siglo XX que es posible reconocer en la historiografía sobre el tema, el uso de los conceptos de la representatividad, referencias a la historia cultural, las teorías «poscoloniales», influenciadas por intelectuales como Homi Bhabha, Edward Said, y sus estudios sobre las sociedades ex-colonizadas de «oriente». Es en el periodo entre siglos XX y XXI, que se popularizan igualmente las cualidades psíquicas de los sujetos conquistados bajo la influencia de Judith Butler y el feminismo neo-marxista de Gayatri Spivak. En este periodo se empiezan a usar en la historiografía las ideas del “tropos” y del “otro” y empiezan a verse reflejados algunos de los conceptos adelantados por Michel Foucault, como los relacionados a los discursos, las mentalidades y el poder.

David Spurr es uno de los primeros historiadores en representar estas nuevas perspectivas teóricas que empiezan a describir los choques culturales imperio-colonia, valiéndose de caracterizaciones como las que hizo Tzvetan Todorov a principios de los 1980, en su narración de la conquista de América, apoyado en lo que definió como «la manufactura del otro” y apelando a los discursos del Poder.[27] El trabajo de David Spurr en el 1993, [28] tuvo igualmente algunas expresiones poscoloniales cuando discutió el tema de las culturas que se producen tras la conquista imperialista, tanto en los territorios ocupados como en la metrópolis, como intercambios que ocurren en varias vías. Spurr define la retórica colonizadora del nuevo imperio, basado en fuentes del periodismo y las crónicas de viajes, documentos que no llegan a estudiarse como fuentes primarias en Puerto Rico hasta diez años más tarde, con las reflexiones historiográficas que fueron inspiradas por la publicación de una serie de documentos producidos por los “cronistas de la americanización”[29] en We the People: Puerto Rican Series (2005), y que comentaré más adelante. David Spurr es uno de los primeros en reconocer que existía una voz que caracterizaba a los agentes que ejecutaron la misión imperialista, desde corporaciones privadas y agencias del gobierno. Pero, además, valiéndose del “travel writing” y el periodismo literario auspiciado por los poderes estatales y privados, describió los sondeos de los territorios invadidos y los debates que provocaron en la metrópolis, identificando los roles que jugaron y las opiniones que esgrimieron, diferentes sectores del poder estadounidense en el proceso de conquista. 

Kelvin Santiago, igualmente[30], en varios de sus trabajos investigativos se propuso definir al sujeto y los discursos coloniales, en el contexto de la invasión estadounidense a Puerto Rico.[31] En su investigación caracteriza a Estados Unidos como una potencia imperialista y a Puerto Rico en los términos de una cultura que resulta ser el producto del choque hispano con el sistema de valores del imperio. Santiago investiga el tema desde la academia estadounidense, temprano en la década de 1990, manteniendo la idea de que el sujeto queda representado en la obra que produce por sí mismo, y articulando conceptos de identidad desde una reinterpretación del marxismo, entiéndase, apoyado en argumentos de clase y en el modelo del desarrollo histórico de las naciones-estados-burgueses, pero sin hablar de la lucha de clases. Santiago reconoce la injerencia que tuvo el sistema económico en la producción de cultura, así como la forma en que se ha compartimentado y discutido su influencia en términos de raza y género, en la historiografía del tema. 

Por otro lado, y a finales del siglo XX, el trabajo de Germán Rueda describió la opinión del gobierno estadounidense sobre los territorios, como la “actitud norteamericana”,[32] caracterizada por el desarrollo económico y la explotación de recursos en los territorios ocupados, pero sobre todo, describiendo a Estados Unidos como un poder especulador, que se aprovechó de forma oportunista de las debilidades geopolíticas y económicas de España, para arrebatarle sus posesiones. Entre las cualidades que resalta Germán Rueda para describir la visión histórico cultural de Estados Unidos respecto a los territorios, se encuentra el discurso que incluye el “…alcanzar las fronteras naturales» y que describe como una “expresión tan eufemística como el destino manifiesto que empleaban los norteamericanos, desde la década de 1840…”. Germán Rueda igualmente, relaciona la visión histórico cultural del gobierno estadounidense con el origen de una cultura abierta al cambio, por estar subordinada a la estrategia militar, y a la victoria cueste lo que cueste, porque el fin de adquirir riquezas justificaba cualquier medio. En ese sentido, Rueda destaca entre otras cosas, que el gobierno promovió activamente su cultura a través del mercado, incluyendo el religioso y a los medios de comunicación masiva, como parte de su táctica militar y con el fin de generar y promover el ambiente independentista en Cuba, Filipinas y Puerto Rico desde la lucha contra la cultura hispana. Señala Rueda, por ejemplo, que: “La toma de posesión del nuevo Presidente norteamericano McKinley y la administración republicana en 1897, el apoyo a los independentistas y el clima de opinión frente a España en la prensa, prepararon la intervención directa norteamericana.”[33] Basados en Rueda, tendríamos que aceptar que el fin expansionista va por encima de cualquier otra moral, y que la visión del gobierno estadounidense sobre los territorios conquistados tras la guerra del 1898, se manufacturó en gran medida negando la cultura española como un medio para alcanzar los objetivos de los imperativos económicos metropolitanos.

De igual manera, se ha discutido el proceso de conquista desde el perfil histórico cultural militarista de los Estados Unidos, tanto desde la perspectiva tradicional, basada en fuentes oficiales, como desde el retrato que provee la literatura popular. Como lo evidencia Sandra Sofía García Selva en su investigación sobre Alfred T. Mahan (1840-1914), el acercamiento a la visión cultural militarista de Estados Unidos no se ha limitado a las fuentes oficiales. García Selva estudia la visión de mundo que caracterizó a Mahan sobre la base de su producción escrita en libros, artículos de revistas, pero también apoyada en su correspondencia privada, para desde su militarismo y su nacionalismo, describir la perspectiva del Estado imperialista. García Selva, entre otras cosas, busca describir la visión del gobierno estadounidense respecto a los territorios, con Alfred Mahan, cuando lo caracteriza como defensor del neodarwinismo y “la concepción de tutelaje racial colonialista, llamado por éste con el nombre de dependencias territoriales.”[34] El rol histórico de Mahan como estratega y consultor del “sector imperialista que patrocinaba la intervención expansionista,” lo convierte en un representante del poder y en un sujeto que nos permite estudiar una de las fórmulas culturales más fuertes y dominantes del proyecto imperialista.[35] 

12 de mayo de 1898. La flota del almirante Sampson bombardea a San Juan.



De igual forma, y dentro del discurso del militarismo y la cultura de la guerra que se asocia tanto con Estados Unidos como con Cuba, durante principios del siglo XX, existen investigaciones como la de Emilio Bejel, que se han apoyado en la literatura de ficción y el periodismo, así como en documentos oficiales, para narrar el conflicto cultural que inaugura la etapa imperialista estadounidense, desde una perspectiva de género, o si se prefiere, desde una perspectiva queer.[36] A Bejel le dedicaré un espacio especial más adelante, porque a mi modo de ver encarna un proyecto de ruptura importante en la historiografía de la región. Investigaciones más recientes, específicamente las publicadas durante la primera década y media del siglo XXI, se han caracterizado por su lado, al discutir la cultura que provocó el choque entre el imperio estadounidense y los territorios invadidos, apoyándose en temas como el turismo, la ciencia, la tecnología, la salubridad, los niños de la calle y la prostitución. Sobre el tema de la prostitución en específico, entiendo importante reconocer la investigación de Yovanka Bultrón Agosto, cuando discute la caracterización que hace el gobierno de la prostitución puertorriqueña, en el contexto del cambio de imperio. En específico, su trabajo nos hace notar que nos vieron como viciosos y enfermos, cuando dice:

…el gobierno [estadounidense] declaró problema y amenaza social, política y de salud la prostitución y las enfermedades venéreas […como] Un obstáculo para el progreso y desarrollo de la sociedad puertorriqueña y para la implementación del American Plan (proyecto de americanización). Con el fin de combatir los vicios y males sociales, el estado puso en marcha un plan biopolítico de higiene social para resocializar, controlar y vigilar el cuerpo social, particularmente, las mujeres.[37] 

Yovanka Bultrón Agosto definió la representación estadounidense de los habitantes de los territorios invadidos, como la razón para un proyecto biopolítico, patriarcal y machista. En la misma línea teórica trabajó Maritza Maymí Hernández la perspectiva de los “niños de la calle” en su investigación. Maymí Hernández destacó la necesidad que se impuso el imperio, de definir los límites de la ciudadanía como parte del proyecto de colonización, y caracterizó la visión cultural del gobierno estadounidense desde su deseo de representar y administrar “a los sujetos infantiles que pululaban en las calles.” Desde este punto de vista los niños de la calle se convierten en el sujeto de una forma histórica de discutir la colonización como un acto paternalista que “desplegó un discurso disciplinario que intentaba hacer de niños [abandonados], ciudadanos [productivos]. Es decir, crear sujetos potencialmente gobernables…”[38] El deseo de controlar a los niños huérfanos es en realidad el interés de hacerlos productivos para el sistema capitalista, pero en el proceso se creó un discurso cultural que encubrió su interés económico, escondiendo con la justificación humanitaria el pretexto colonizador.

La visión imperialista también tuvo una representación en la cultura del turismo, como destaca la investigación de Nora Rodríguez Valles del 2012,[39] en donde discute el colonialismo desde los intereses de esa industria en plena formación y su producción de imágenes en libros, álbumes, tarjetas postales y revistas, asumiendo “el giro visual” adelantado por Peter Burke, y en donde se argumenta el valor de las imágenes como documentos históricos. De otra parte, sobre la cultura tecnológica y de cómo se relaciona con el imperialismo en las telecomunicaciones, se encuentra la investigación de Tomás Pérez Varela, publicada en el 2015. La investigación de Pérez Valera se basa en informes y reportes militares, vistas gubernamentales, casos en corte, así como en crónicas y cartas entre los miembros de una élite científica, empresarial y militar, para relacionar los adelantos tecnológicos con el éxito imperialista. Con el acercamiento de Pérez Valera es posible caracterizar un pasado cultural estadounidense que unificó en la agenda tecnológica, la cultura militar, la científica y la de mercado.[40] Por su lado, y relacionado igualmente al desarrollo y adelanto de los conocimientos producidos por la élites intelectuales hasta convertirlos en saberes colectivos en los Estados Unidos, se encuentra el trabajo de Darryl Erwin Brock,[41] basado en revistas científicas, intercambios entre miembros de esa comunidad, así como en expresiones oficiales de sus organizaciones. Con su trabajo de investigación Brock consigue relacionar con evidencia, la cultura imperialista estadounidense con el proyecto científico, cuando describe su influencia en los sondeos de recursos naturales, pero inclusive, cuando describe la experimentación con personas. 

Solsiree del Moral, de otra parte, ha relacionado la opinión del imperialismo estadounidense respecto a los territorios, con la educación.[42] Usando el ejemplo de la “educación física” en específico, y subrayando su rol en la definición de géneros en la cultura, Del Moral argumenta, por ejemplo, que los límites del género en el contexto de la educación pública impuesta por Estados Unidos permiten relacionar la ciudadanía colonial con el patriarcado, desde el choque entre las dos culturas imperiales. Del Moral concluye entre otras cosas, que existió una negociación entre el programa impuesto por la tradición hispana de los educadores y la cultura decretada tras la invasión estadounidense. Para Solsiree del Moral esa negociación creó un nuevo proyecto cultural, que definió al gobierno estadounidense como secularista, pero además, como administrador del conocimiento y de los cuerpos. En esa misma línea define Antonio Sotomayor la relación que existió entre el deporte, la religión y el imperialismo cuando estudia la Young Men Christian Association (YMCA), para definirla como parte de un proyecto de aculturación que incluyó el “Muscular Christianity Movement” en donde se va definiendo como virtud una masculinidad caracterizada por la fuerza física, la disciplina y su vínculo con el “civilizing agency of missionary Protestantism.”[43] Sotomayor no solo se destaca con su obra por usar fuentes documentales de instituciones culturales como la YMCA, que la tradición historiográfica hasta ese momento no relacionaba al proceso de colonización, sino que también se distingue por vincular el proyecto imperialista con una serie de virtudes asociadas al ejercicio físico. Al estudiar el deporte organizado como un elemento del proceso de la colonización de Puerto Rico, la investigación de Sotomayor parece contrastar con la parte de la historiografía local que asume desde la cultura popular, la idea del deporte como un proyecto de identidad nacional y como un elemento central de ciertos tipos de patriotismo.[44]   

Algunas variaciones contemporáneas sobre el tema. 

Como mencioné arriba, quisiera dedicarle una comentario especial a Emilio Bejel y su ensayo titulado “Martí, los Estados Unidos y el «hombre afeminado»” publicado en el 2011, porque narra un pasado histórico de Cuba desde el ángulo del lenguaje y la perspectiva queer. Para su historia, Emilio Bejel se vale tanto de obras de ficción como de fuentes oficiales tratadas en parte como obras literarias. Bejel había publicado en el 2001 su argumento principal, con el libro Gay Cuban Nation y escribe historia cultural de Cuba, apoyado en la literatura popular, la publicidad, la prensa, y en el contexto de una idea novedosamente amplia, de la identidad latinoamericana. Emilio Bejel, es doctor en literatura de la Universidad del estado de Florida, maneja la idea de la identidad nacional cubana en su relación con Estados Unidos, desde conceptos como el “hombre afeminado”, la “cultura homoerótica” y “la mujer hombruna.” El historiador opera con manifestaciones culturales de las élites cubanas en su choque con las del imperio, desde una perspectiva celebratoria que dignifica una hispanidad que termina caracterizada como antagónica de los paradigmas de la masculinidad estadounidense.

Desde la narrativa que presenta Bejel a partir de una obra cultural selecta del periodo, se puede definir al imperio estadounidense básicamente como un hombre blanco, rubio y viril. [45] Para Emilio Bejel, tanto con la publicidad como con la literatura popular de la época, se demuestra que el gobierno estadounidense vio a Cuba como una mujer que necesitaba ser rescatada de la maldad española. Desde este punto, el imperio definía a la Isla como vulnerable, débil, frágil, además de atractiva y deseable. Con esto, arguye Bejel, se define la visión cultural de Estados Unidos en el periodo, además de como machista, como homofóbica. Emilio Bejel construye con éxito un argumento que le permite caracterizar la relación entre Cuba y Estados Unidos como el producto de un proyecto imperialista claramente patriarcal.[46]

En específico, el investigador cubano argumenta que la propaganda en contra del hombre afeminado, además de quedar evidenciada a lo alto y ancho de la cultura, fue el reflejo de un interés económico específico:  


Como es bien sabido, para finales de la década de 1880 y principios de la de 1890, los Estados Unidos estaban muy encaminados a convertirse en una potencia mundial con aspiraciones imperialistas, lo cual acarreaba una intensa preocupación por la masculinidad y por lo que algunos líderes norteamericanos percibían como el peligro de la homosexualidad. Durante estos años hubo una campaña publicitaria compulsiva por parte de líderes y personas prominentes en los Estados Unidos que deseaban anexar Cuba a la unión norteamericana.[47]


Emilio Bejel describe la relación que encuentra entre la propaganda estadounidense en su etapa de capitalismo imperialista y el discurso machista, para entender cómo se manifiestan en el “rechazo moderno de la homosexualidad”. Así mismo, argumenta que el Estado propuso como virtud la “hombría”, porque el “afeminado” se alejaba del rol histórico impuesto a los hombres estadounidenses, que en el momento incluía entre otras cosas, ser soldado. Bejel cita a Roosevelt cuando dice: «The greatest danger that a long period of profound peace offers to a nation is that of [creating] effeminate tendencies in young men.» [48] Además de mucha evidencia de la homofobia en los medios masivos, Bejel destaca un artículo publicado por republicanos prominentes de la época, que argumentaban que entre las desventajas de invadir a Cuba estaba el que los cubanos eran “vagos” y “afeminados,” por lo que no encajarían en la cultura del imperio.

En contraste con ese modelo, Bejel presenta la figura de Martí, como un “nuevo cubano” que describió “… de físico delicado, cortesía amable y facilidad de palabras, pero también capaces de derrotar al enemigo con la misma mano que pulen sus poemas.”[49] Cuando Bejel demuestra que la cultura dominante en Estados Unidos caracterizó a los territorios ocupados como damiselas en peligro, o afeminados, está definiendo al mismo tiempo, y aunque no siempre lo exprese, los estándares de género en la cultura de ese imperio y la forma en que se aplicaron para imponerle desventajas culturales a las mujeres. Vale recordar que, dentro del periodo caracterizado por el expansionismo estadounidense, las mujeres compartían el estatus legal de los niños, estaban subordinadas a los hombres y no contaban con el título legal de ciudadanos, que se definía como el derecho a la propiedad y al voto.

La lógica cultural de Estados Unidos, la misma que describió a las mujeres como ciudadanos de segunda, es la que trata a las culturas conquistadas como mujeres. Emilio Bejel desde su investigación Gay Cuban Nation, representa una ruptura historiográfica que me permite presentarlo como parte de la conclusión en este escrito, porque entre otras cosas, ilustra cómo han sido interpretadas las mismas fuentes históricas, desde ángulos culturales noveles, gracias a la visibilidad que adquieren diferentes sectores sociales tras sus luchas políticas. Así como el feminismo trajo al foro historiográfico el rol de las mujeres en la sociedad, la identidad LGBTTQ al exigir y conseguir representación en la cultura, impacta los espacios de investigación.

Por lo tanto, si bien las visiones culturales de Estados Unidos respecto a los territorios conquistados están primero que todo vinculadas a la explotación capitalista en su etapa imperialista, su aparición como tema de investigación refleja como atributo adicional, la diversidad cultural que tuvo a partir de los choques y negociaciones entre la metrópolis y los invadidos. Debo subrayar, porque entiendo que debe dejarse claro y explícito más de una vez, que si bien el gobierno estadounidense confeccionó una identidad de los conquistados que le facilitó su explotación, que fue y sigue siendo racista y discriminatoria, con su reflexión y caracterización sobre nosotros queda mejor descrito su perfil que el nuestro, dejándonos ver su carácter violento, sádico y megalómano, así como sus intentos de humanizar la explotación.

La representación estadounidense de los puertorriqueños.  

La historiografía local, que trata el tema de la caracterización de los puertorriqueños, hecha por los estadounidenses, apoyándose en fuentes documentales producidas por miembros de las clases dominantes del imperio, se puede empezar a reconocer localmente con dos obras editadas por José Anazagasty Rodríguez y Mario Cancel Sepúlveda, durante la primera década de este siglo (XXI). Las primeras reflexiones que se dan, al menos dentro de un sector de la academia puertorriqueña, sobre algunos de los elementos culturales que definieron la visión del gobierno estadounidense respecto a sus nuevas posesiones, aparecen en We the people: la representación americana de los puertorriqueños (2008); y Porto Rico: hecho en Estados Unidos (2011), dos antologías editadas por Anazagasty Rodríguez y Cancel Sepúlveda.

El reconocimiento en la historiografía local, de las identidades culturales estadounidenses que se manifestaron como preceptos durante las relaciones de conquista, responden en cierta medida a un cambio de paradigma en la disciplina puertorriqueña. El cambio se puede asociar con la historia cultural y las tendencias que algunos llaman poscoloniales, así como con las que responden a variaciones contemporáneas del marxismo y a las teorías sobre el poder, popularizadas en su momento por Michel Foucault. Entiendo, que muy probablemente, fueron las preguntas creadas por las nuevas tendencias académicas, las que descubrieron con la necesidad de investigar, las nuevas fuentes. La apertura de la comunidad intelectual estadounidense a las élites puertorriqueñas, el bilingüismo que ha logrado la colonización, y la formación de especialistas en las universidades de Estados Unidos, entre otros factores, permitieron reconocer como fuentes documentales una serie de textos que antes no se habían considerado como tales. Los documentos, escritos en inglés, estuvieron por mucho tiempo inaccesibles, entre otras razones, porque se encontraban dispersos a través de diferentes bibliotecas y archivos estadounidenses. El acceso desde Puerto Rico a informes oficiales del gobierno de Estados Unidos, a crónicas de viajeros, libros turísticos, catálogos fotográficos y sondeos científicos, entre otras obras, se hizo posible en parte, gracias a que se recopilaron por primera vez y se publicaron en conjunto, a principios de siglo. La selección de obras se definió como una agrupación de textos y documentos estadounidenses que tocaron el tema de la Isla. La publicación auspiciada por reconocidas organizaciones locales y estadounidenses se constituyó de inmediato en un precedente importante para el tema de la representación estadounidense de los puertorriqueños.

Muchos de los textos producidos en Estados Unidos y que hablaron sobre Puerto Rico, no se habían atendido como fuentes documentales en la producción de Historia puertorriqueña y muchos inclusive eran desconocidos para los historiadores locales. Todos, sin embargo, adquieren coherencia como conjunto, no solo por tratar sobre la Isla, sino porque han permitido reconocer la diversidad de justificaciones culturales que le dieron y todavía le dan sentido ideológico, a un proyecto de conquista que siempre ha tenido como prioridad la explotación económica del territorio. En la historiografía puertorriqueña se ha llegado a describir la colonización estadounidense como un proceso que ocultaba sus verdaderos propósitos, se ha concluido, por ejemplo, que “…disimularon su identificación de recursos para la inversión del capital y el comercio euroestadounidense, con el interés del conocimiento científico, universal y objetivo.”[50] Sin embargo, más que una agenda oculta, la Isla no participó de la discusión que se dio abiertamente en los foros públicos estadounidenses, entre otras razones, porque no se le invitó, pero además, porque la discusión se dio en inglés, en dinámicas culturales y de poder que le eran ajenas a los habitantes de Puerto Rico, y por lo tanto, que estuvieron fuera del alcance de la mayoría de los puertorriqueños.

Como lo expresa el trabajo de Anazagasty y Cancel, la mayoría de la historiografía puertorriqueña hasta el siglo XXI, había estudiado los eventos alrededor del 1898, sin haber hecho una lectura directa de la mayoría de las representaciones de los puertorriqueños elaboradas por las élites estadounidenses. Aunque para los historiadores de los territorios invadidos por Estados Unidos en el 1898, no haya sido visible hasta este siglo, “la representación americana de los puertorriqueños”, y “la invención del otro,”[51] así como el sujeto colonial puertorriqueño «hecho en Estados Unidos», está bien documentado. Muchos de los documentos que dejaron grabada la voz de la vanguardia expansionista, como he venido diciendo, fueron reimpresos durante el 2005, gracias a los esfuerzos de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, la Academia Puertorriqueña de la Historia, la Oficina del Historiador de Puerto Rico, y el National Endowment for the Humanities. 

“We the People: Puerto Rican Series”, consistió de una colección de libros estadounidenses que hablaban sobre Puerto Rico, y que para Mario Cancel Sepúlveda representaron una expansión a la biblioteca nacional que empezó Tapia Rivera en los archivos de España.[52] Anazagasty, por su lado, entiende que estas fuentes apenas aparecen en la historiografía. Para mí es una forma de poner en perspectiva la mina de posibles investigaciones que representan los documentos recientemente publicados, cuando Anazagasty comenta: 

El estudio más antiguo del discurso colonial estadounidense sobre Puerto Rico que conozco, es el de Lanny Thompson (1996). El autor demuestra que las representaciones de Cuba, Puerto Rico, Hawai’i y Filipinas en libros como Our Island and their PeoplesUnited States Colonies and DependenciesOur New Possessions y la colección The New America and the Far East, expresan una retórica compleja que pretendió conocer, juzgar y gobernar a los habitantes de esas islas.[53] 

Las obras estadounidenses escritas durante las primeras décadas de la invasión de Puerto Rico, con trabajos equivalentes en Hawaii, Cuba y Filipinas, entre otros, se manufacturaron como parte de las labores de reconocimiento de recursos y riquezas, en los territorios arrebatados a España, manifestando de salida, el perfil de la cultura estadounidense como uno imperialista sin tapujos, apoyado en el supremasismo. Tanto Cancel como Anazagasty reconocen que sus seminarios dirigidos en la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez, así como las obras antológicas que publicaron, representan los primeros acercamientos formales que se dan en la historiografía local, a la opinión que construyó la cultura estadounidense dominante sobre los puertorriqueños, en el proceso de la colonización, y “sobre la base de la revisión de una serie de textos casi desconocidos.”[54] Los textos seleccionados para la publicación en el 2005, se escribieron a principios del siglo XX, entre otras razones, para promover las cualidades de la Isla de Puerto Rico en Estados Unidos, a partir de un sinnúmero de intereses comerciales y durante el esfuerzo de colonización concertado por las fuerzas del mercado capitalista en expansión.

We the People: la representación americana de los puertorriqueños, 1898-1926, es una antología publicada en el 2008, que reúne reflexiones de investigadores universitarios que enfrentaron la discusión sobre el cambio de imperio en la Isla, apoyados sobre una selección de documentos escritos por algunos representantes de las élites estadounidenses, durante los primeros años de la colonización de Puerto Rico, y que no se habían estudiado hasta ese momento localmente. Los ensayos se editaron en forma de libro, convirtiéndose en el primer acercamiento concertado a la mirada cultural del imperio estadounidense respecto a los puertorriqueños, tras la guerra del 1898. Las nuevas fuentes documentales fueron caracterizadas por Cancel y Anazagasty en ese momento como:     

  … títulos de difícil acceso, pero cuyo estudio nos permite revelar y discutir el “Porto Rico” y los “Porto Ricans” imaginados por los estadounidenses en la posguerra a través de sus discursos sobre la cultura, la economía, la política, la geografía y la historia del recién adquirido territorio.[55] 

El ejercicio intelectual que implicó el trabajo editorial de Anazagasty y Cancel sería en sí mismo una importante contribución a la discusión historiográfica puertorriqueña por basarse en fuentes que no habían sido consideradas hasta el momento, y que nos permiten percibir sin filtros las perspectivas culturales de las vanguardias del imperio. Como queda establecido, sin embargo, “lo que ocupa a los autores de [We the People…] es la representación, no la cosa…”, lo que podría significar que más allá de apoyarse en los documentos para contar otra historia de Puerto Rico o revisar la que se tiene, apuntan a describir la visión cultural del estado imperialista, o en otras palabras, a caracterizar al invasor, discutiendo la opinión que tenían sobre los invadido.

Cancel Sepúlveda por otro lado, parece añadir con su acercamiento a las fuentes una sospecha sobre las razones para la ausencia de estas voces estadounidenses en la historiografía de Puerto Rico, así lo sugiere cuando afirma que:

…fueron invisibilizadas durante mucho tiempo. El hecho de que las mismas no hubiesen sido reimpresas hasta el siglo 21, es relevante. El emborronamiento de aquellos textos fue usual a todas las estrategias interpretativas comentadas anteriormente.[56]  

Las estrategias interpretativas a las que se refiere Cancel Sepúlveda son las que la historiografía puertorriqueña produjo, sin tomar en consideración las voces estadounidenses. Como mencioné anteriormente, José Anazagasty Rodríguez y Mario Cancel Sepúlveda también son los autores de una serie de ensayos reflexivos que publicaron en conjunto durante el 2011, bajo el título de Puerto Rico: hecho en Estados Unidos. La serie de ensayos que componen el libro destacan entre otras cosas, por tratar de entender cómo se ha caracterizado a Puerto Rico desde la cultura dominante estadounidense, pero también, por el ejercicio teórico que proponen cuando buscan encontrarle un lugar a estas voces, en la historiografía puertorriqueña. Las voces estadounidenses, la creación del sujeto colonial y la producción de representaciones que generó en su proceso de conquista la cultura del poder, que repitió en Cuba, la Española, Jamaica, Filipinas, Guam y las Guayanas, quedan sugeridas con el acercamiento de los autores como temas que le competen a la cultura puertorriqueña gracias a estas nuevas fuentes y a las perspectivas historiográficas que promueven.

Más allá del reconocimiento de una literatura estadounidense sobre Puerto Rico las nuevas fuentes publicadas tienen consecuencias teóricas e historiográficas cuando la academia local busca reorganizar la historiografía puertorriqueña para acomodar la representación del puertorriqueño elaborada por los estadounidenses en ella. Con la base documental reimpresa en el 2005 es que también se nutre la investigación de Pablo Torres Casillas en el 2013.[57] En su historia del periodo, Torres Casillas le llamó al conjunto de las narraciones de los individuos en las vanguardias que estudiaron a Puerto Rico, y desde los intereses del imperio: “los cronistas de la americanización.” Con esto el historiador parece estar sugiriendo un paralelismo entre el esfuerzo de conquista europea del siglo XVI, y el estadounidense, que, si bien no desarrolla, se podría defender. Tanto Cancel, como Anazagasty y más recientemente Torres, formularon argumentos que marcaron la historia local cuando hicieron visible los planes del imperialismo estadounidenses desde su propia voz y desde la variedad de proyectos, documentos y fuentes culturales que producen. La historiografía local igualmente, se percató en este periodo y hasta el momento, por primera vez, de la necesidad que tiene la cultura puertorriqueña de incluir en su caracterización del periodo, el racismo en las intervenciones estadounidenses, y la invención del puertorriqueño como sujeto colonial, en su cultura. Quizás tras esto, falte hacer lo equivalente, desde una postura antiimperialista, con las voces que nos han convertido en subalternos, en trabajadores oprimidos y en sujetos coloniales, en los tribunales estadounidenses que nos controlan económica y políticamente hasta la fecha. Desde este punto en adelante, y entendiendo la desigualdad económica entre Puerto Rico y la metrópolis, sería ideal esperar que en la historiografía local surja una nueva crítica a nuestra relación jurídica con Estado Unidos, cuando, por ejemplo, se confirma con las crónicas y los cronistas de la colonización, que las opiniones del gobierno estadounidense y las decisiones de las cortes en los casos insulares, estuvieron siempre mediadas por intereses de explotación económica que se justificaron abiertamente con el racismo.  



NOTAS

[1] Se refiere a una idea del progreso relacionada al discurso de superioridad de raza. Se asocia a la participación política limitada, pero grupal de un sector con poder y privilegios, sobre la totalidad de un colectivo. El concepto se relaciona a Mark S. Weiner, y es usado por Rafael Bernabe y César Ayala en Puerto Rico en el siglo americano: su historia desde 1898 (Ediciones callejón: San Juan, 2018), 51. Ver más en Mark S. Weiner, “Imagining the Rule of Law in Nineteenth-Century Britain: Liberal Society and the Dialectic of the Clan”, Erasmus Law Review, vol. 6, 2013, 161.
[2] Carmen I. Raffucci, “El senado de Puerto Rico: la lucha por un espacio político puertorriqueño: 1900-1917” en Senado de Puerto Rico: 1917-1992(Senado Puerto Rico, 1992), 24. https://issuu.com/coleccionpuertorriquena/docs/senado_de_puerto_rico–ensayos_de_historia_institu
[3] Citado en Pedro Capó Rodríguez, Aspectos jurídicos de las relaciones entre los Estados Unidos y Puerto Rico (Washington, 1920), 22.
[4] Burnett, Christina Duffy, and Adriel I Cepeda Derieux. “Los Casos Insulares: Doctrina Desanexionista.” Revista Juridica De La Universidad De Puerto Rico 78, no. 3 (2009), 661-2.
[5] Pedro Capó Rodríguez, Aspectos jurídicos de las relaciones entre los Estados Unidos y Puerto Rico (Washington, 1920), 11.
[6] Gustavo A. Gelpí, “Los casos insulares: un estudio histórico comparativo de Puerto Rico, Hawaii y las Islas Filipinas”, Revista Jurídica U.I.P.R. vol. XLV: 2:215, (Puerto Rico, 2010-2011), 218: http://www.derecho.inter.edu/wp-content/uploads/2022/01/LOS-CASOS-INSULARES-UN-ESTUDIO-HISTORICO-COMPARATIVO-DE-PUERTO-RICO-HAWAII-Y-LAS-ISLAS-FILIPINAS-.pdf
[7] Darryl Erwin Brock. “American Empire and the Scientific Survey of Puerto Rico.” Disertación Doctoral. Department of History, Fordham University. Bronx, New York. Abril 30, 2014.
[8] Ninel Valderrama Negrón. «Las Islas De Los Galleros: La Irrupción De La Visualidad.» Transmodernity 9, no. 4. 2020.
[9] Nora L. Rodríguez Valles. «Imaginarios Para Fomentar El Turismo: Puerto Rico Entre 1898 y 1940.» Disertación zdoctoral. Universidad de Puerto Rico. Rio Piedras, Puerto Rico. 2012.
[10] Ver Ranajit Guha. Dominance without Hegemony. History and Power in Colonial india. Harvard University Press. 1997.
[11] Ranajit Guha. Dominance without Hegemony: History and power in colonial India. Pág 14-17.
[12] Ver Néstor García Canclini. Consumidores y ciudadanos: conflictos multiculturales de la globalización. Editorial Grijalbo, Méjico. 1995. 
[13] Karl Marx. Grundrise, Harmondsworth. Penguin Books. Londres. 1973. Pág. 408. 
[14] Ver Federico Engels. Del Socialismo Utópico al Científico. Obras Escogidas, tomo III. Editorial Progreso. 1973. Pág. 145-147; y Carlos Marx. Salario Precio y Ganancia. Obras escogidas tomo II. Editorial Progreso. 1973. Pág. 46-49.
[15] Ver de Gerardo Alberto Hernández Aponte. La Iglesia Católica en Puerto Rico ante la invasión de Estados Unidos de América: lucha, sobrevivencia y estabilización 1898-1920. DEGI. Universidad de Puerto Rico. San Juan, Puerto Rico. 2013.
[16] Pablo Torres. “Los Cronistas de la americanización: representación y discurso colonial en Puerto Rico (1898-1932).” Disertación Doctoral. Departamento de Historia, Universidad de Puerto Rico. Diciembre 2013. Pág. 51.
[17] Laura Náter Vázquez. «El 98 En La Historiografía Puertorriqueña: Del Político Entusiasta Al Héroe Popular.» Op. Cit. Revista Del Centro De Investigaciones Históricas. 1988. Pág. 106.
[18] Howard Zinn en su libro A People´s history of the United States, se acerca al proyecto nacional estadounidense reconstruyendo su historia desde los sectores marginados. En ese proceso desbanca el proyecto tras el Destino Manifiesto y el “self made man”, y lo que fuera en un momento el aparato ideológico de la Doctrina Monroe, entre otras justificaciones de la cultura imperialista, como un proyecto supremacista.
[19] Ver Winfred Lee Thompson, The Introduction of American Law in the Philippines and Puerto Rico. The University of Arkansas Press. Fayetteville. 1989. También “Nuestra isla y su gente: la construcción del «otro» puertorriqueño” en Our islands and their people, Río Piedras: Centro de Investigaciones Sociales y Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, 1995.
[20] Winfred Lee Thompson, The Introduction of American Law in the Philippines and Puerto Rico.
[21] Woodward, Ralph Lee. Winfred Lee Thompson. «The Introduction of American Law in the Philippines and Puerto Rico, 1898-1805» (Reseña). Vol. 35. Temple University School of Law, Oxford. 1991.
[22] Samuel Silva Gotay. Protestantismo y política en Puerto Rico, 1898-1930: hacia una historia del protestantismo evangélico en Puerto Rico. Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico. 1997.
[23] Mayra Rosario Urrutia. “Reclamos de identidad social en las narraciones protestantes: transformaciones de un proyecto civilizatorio, 1898-1929”. Op.Cit.. Revista del Centro de Investigaciones Históricas. Núm. 10, 1998. pp. 153-173.
[24] Ver a Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo. 
[25] Walsh, Ellen. «“Advancing the Kingdom”: Missionaries and Americanization in Puerto Rico, 1898–1930s.» Disertación Doctoral, University of Pittsburgh. 2008. 
[26] Ivette Romero Cesáreo. «Whose Legacy?: Voicing Women’s Rights from the 1870s to the 1930s.» Callaloo 17. no. 3. 1994. 770-789.
[27] Ver Tzvetan Todorov. La conquista de América: el problema del otro. Siglo XXI editores. México. 1997. Este libro se publica en francés, en el 1982. Se traduce al español en el 1987. 
[28] David Spurr. The Rhetoric of Empire: Colonial Discourse in Journalism, Travel Writing, and Imperial Administration. Duke University, Durham. 1993.
[29] José Anazagasty Rodríguez y Mario R. Cancel. “We the People»: La representación Americana De Los puertorriqueños, 1898-1926.Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez. 2008.
[30] Santiago, Kelvin, “Colonial Subjects” and Colonial Discourses: Economic Transformation and Social Disorder in Puerto Rico, 1898-1947, Albany: State University of New York Press. 1994.
[31] Kelvin A. Santiago-Valles. «»Race,» Labor, «Women’s Proper Place,» and the Birth of Nations: Notes on Historicizing the Coloniality of Power.» The New Centennial Review. No. 3. 2003. 47-69.
[32] Germán Rueda, “El desastre del 98 y la actitud norteamericana.” Anales de Historia Contemporánea. Núm. 14. Universidad de Cantabria. 1998.
[33] Germán Rueda. “El desastre del 98”, 86. 
[34] García Selva, Sandra Sofía. «Mahan y el neodarwinismo: Su política del tutelaje racial colonialista.» Carolina: Humanismo y Tecnología 4, no. 4. 2000.
[35] García Selva, Sandra Sofía. «Mahan y el neodarwinismo: Su política del tutelaje racial colonialista.» Carolina: Humanismo y Tecnología. Vol. 4, no. 4. 2000. Pág. 78.
[36] Bejel, Emilio. Gay Cuban Nation. Chicago: U of Chicago P, 2001.
[37] Yovanka Bultrón Agosto. Putas, Sucias, Viciosas, Desviadas, Degeneradas y Criminales: La represión de las Meretrices y la Prohibición de la Prostitución en Puerto Rico (1917-1919). Mayo, 2016. Pág. 4. Disertación sometida al Departamento de Psicología de la Universidad de Puerto Rico
[38] Maritza Maymí Hernández. “De títeres a Ciudadanos: las representaciones de los niños de la calle  y el deseo de gobernar Puerto Rico, 1860-1920.” Op. Cit. Número 17, 2006-2007. pág. 62-63. 
[39] Rodriguez Valles, Nora L. «Imaginarios Para Fomentar El Turismo: Puerto Rico Entre 1898 y 1940.» Disertación Doctoral.  Universidad de Puerto Rico. Rio Piedras, Puerto Rico. 2012. 
[40] Varela, Tomas Pérez. «Puerto Rico En La Agenda Tecnológica De Estados Unidos 1890–1912: Telecomunicación Global y Colonialismo.» Universidad de Puerto Rico. Rio Piedras, Puerto Rico. 2015. [41] Brock, Darryl Erwin. «American Empire and the Scientific Survey of Puerto Rico.»Disertacion doctoral.Departamento de Historia Fordham University. New York.  ProQuest Dissertations Publishing, 2014.
[42] Solsiree del Moral. Colonial Citizens of a Modern Empire: War, Illiteracy, and Physical Education in Puerto Rico, 1917-1930. Pennsylvania State University, Department of History. 
[43] Antonio Sotomayor, The Triangle of Empire: Sport, Religion, and Imperialism in Puerto Rico´s YMCA, 1898-1926. The Americas. The Academy of American Franciscan History. Octubre 2017. 481-512. 
[44] Walter R. Bonilla Carlo, et. al. La Patria deportiva: ensayos sobre historia y cultura atlética en Puerto Rico.
[45] Emilio Bejel. «Martí, los Estados Unidos y el «hombre afeminado”. 2011.
[46] Bejel, Emilio. Gay Cuban Nation. University of Chicago Press. 2001.
[47] Emilio Bejel. «Martí, los Estados Unidos y el «hombre afeminado”. 2011. Pág. 46.
[48] Emilio Bejel. «Martí, los Estados Unidos y el «hombre afeminado”. 2011. Pág. 47.
[49] Bejel, «Martí, Los Estados Unidos Y El «hombre Afeminado» pág. 49.
[50] Pablo Torres, en Los cronistas…, cita a Nancy Leys Stepan en Picturing Tropical Nature, 2002 p. 31: “Estados Unidos, aunque no es europea en sentido geográfico, refleja y comparte en gran medida los principios y discursos de la llamada civilización occidental.” Pág. 47. Énfasis mío.
[51] Anazagasty y Cancel, se refieren de esta forma al choque entre la visión histórico cultural estadounidense y la de los pobladores de los territorios arrebatados a España tras la guerra del 1898.[52] Porto Rico: hecho en Estados Unidos. Pág. 7.
[53] Porto Rico: hecho en Estados Unidos. Pág. 30.
[54] Mario Cancel Sepúlveda. “We the people y la bibliografía del 1898.” Comentario presentado como parte de la presentación del libro We the people, en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Mayagüez. 24 octubre 2009. https://historiapr.wordpress.com/2009/10/24/we-the-people-y-la-bibliografia-del-1898/ visitado el 14 de octubre de 2020. 
[55] Anazagasty Rodríguez, José; Cancel, Mario. Porto Rico, Hecho en Estados Unidos. Editora Educación Emergente. Cabo Rojo, Puerto Rico. 2011. Pág. 7. 
[56] Las estrategias interpretativas a las que se refiere Cancel, son las que la tradición historiográfica ha periodizado a partir de la generación del 1930. Ver Mario Cancel. “We the people y la bibliografía del 1898.” En Puerto Rico: su transformación en el tiempo. Historia y Sociedad. 24 octubre 2009. 
[57] Torres Casillas, Pablo Samuel. «Los Cronistas De La Americanización: Representación y Discurso Colonial En Puerto Rico (1898–1932). Disertación doctoral. Departamento de Historia Universidad de Puerto Rico. ProQuest Dissertations Publishing, 2013.